Críticas
4,5
Imprescindible
En realidad, nunca estuviste aquí

Phoenix Driver

por Daniel de Partearroyo

Cuerpos y rostros son la materia prima habitual del cine de la escocesa Lynne Ramsay. Ejecutar con precisión cortes sobre ellos –ya sea de manera física, emocional o mecánica a través del encuadre y el montaje–, su método de trabajo favorito a la hora de desplegar narraciones donde la psicología de sus personajes es una fortaleza casi imposible de penetrar. En En realidad, nunca estuviste aquí, cuarto largometraje de la directora de Tenemos que hablar de Kevin (2011), estas constantes metódicas confluyen sobre el torso convulso y la penetrante mirada hundida de Joaquin Phoenix, colosal haciendo una interpretación de fisicidad mayúscula en uno de sus mejores trabajos recientes; por mucho que decir esto último lleve una década siendo constante en el actor de origen puertorriqueño.

Phoenix interpreta a Joe, un veterano de guerra que se gana la vida como eficaz matón a sueldo hasta que su última misión –rescatar a la hija adolescente de un senador de las garras de una red de tráfico sexual– se complica más de la cuenta en la mejor tradición del noir. De los códigos de ese género sabe bastante el escritor Jonathan Ames, cuya novela corta homónima aporta la base de la película. A partir de ahí, Ramsey ha limado prácticamente toda la carne argumental hasta quedarse con un hueso áspero pero recto por donde seguimos el tortuoso deambular de Joe, su pulsión de muerte –mejor dicho, impulso suicida–, la tierna y estrambótica relación que mantiene con su anciana madre y cómo los frágiles cimientos de esta vida van derrumbándose uno tras otro sobre su cabeza hasta que la redención travestida de venganza pasa a ocupar el primer plano. 

En la película no escasean las imágenes violentas y explícitas, pero la directora las presenta de manera diametralmente opuesta a lo que habrían hecho Park Chan-wook, Nicolas Winding Refn u otros chefs cuya especialidad culinaria sea la venganza en plato frío con martillo humeante como guarnición. Para Ramsey no hay nada más potencialmente violento que un corte de plano, nada tan inquietante como un fuera de campo. Sirviéndose de esas dos herramientas, la cineasta sortea los clichés del thriller con decisión, fragmenta el clímax de Taxi Driver (1976) en espacio y tiempo sirviéndose del punto de vista de cámaras de seguridad y nunca deja que el castigado cuerpo de su protagonista, literalmente esquilmado a mediada que avanza el metraje, abandone el centro de la imagen. 

Además de preocuparse por una narración puramente visual, Ramsay también ha manifestado siempre gran interés por las posibilidades expresivas del sonido y la música; solo hace falta pensar en la elocuente mix-tape llena de significados que escuchaba Samantha Morton en Morvern Callar (2002), el que quizás siga siendo su filme más completo y subyugante. Aquí, además de experimentar con saltos en la mezcla de sonido que contribuyen al desbordamiento de la acción, colabora por segunda vez con el músico Jonny Greenwood en la banda sonora, quien aporta un manto que va pasando de lo latente a lo omnipresente con sutil poderío. En realidad, nunca estuviste aquí se llevó dos premios en el Festival de Cannes –mejor interpretación masculina para Joaquin Phoenix y mejor guión para Lynne Ramsay–, pero la Palma de Oro no habría desentonado en sus manos. 

A favor: Su ímpetu en la renovación del thriller a machamartillo. 

En contra: Los breves flashbacks de Joe en la guerra, aun siendo mínimos y contados, podrían ser eliminados sin perjuicio.