Críticas
3,0
Entretenida
Las estrellas de cine no mueren en Liverpool

El crepúsculo de los dioses

por Marcos Gandía

Había otra película, diferente a esta romántica, pausada y crepuscular Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, en la relación que el bisoño (y gris) joven actor Peter Turner con una Gloria Grahame en el ocaso de sus días, huida de Hollywood y refugiada en una siempre gris y fría Inglaterra. Esa otra historia (de la que algo vislumbramos) es la que siempre vio a Turner como un aprovechado aprendiz de gigoló proleta con ínfulas, el cual explotó ese affaire con la veterana (y enferma) actriz para vender unas memorias para algunos más edulcoradas y retocadas que otra cosa.

Seguramente esa es la película que más me habría gustado como espectador: una muesca más en esas love stories antipáticas pero de puro hálito trágico entre las que podemos encontrar títulos como El único juego en la ciudad, La primavera romana de la señora Stone, Dulce pájaro de juventud o El crepúsculo de los dioses. Algo de Norma Desmond hay en esta olvidada y (claro) crepuscular Gloria Grahame ya a finales de los años 70 del pasado siglo, pero mucho más en Annette Bening, la actriz que la encarna, con absoluta convicción y cariño extremo, en Las estrellas de cine no mueren en Liverpool. Más o menos retirada de la profesión, o tal vez diríamos mejor que olvidada por este nuevo y cruel Hollywood, Bening se identifica con Grahame, con su nostalgia y su dolor, y con sus ganas de vivir. Ella es la película, mucho más que su pareja, un Jamie Bell que, aparte de dulcificar al verdadero Peter Turner (cuya imagen es más ambigua y más de dar la razón a quienes han hablado mal de él), jamás parece comprender que no está en una Love Story con diferencia de edad, sino en el tristísimo réquiem de aquel Hollywood dorado también apagándose. Por desgracia, Paul McGuigan, director del film, tampoco lo ha comprendido y se limita a ponerse al servicio de Annette Bening (bien; no es mala elección) y a manufacturar un correcto drama romántico con apuntes de cinefilia, un poco siguiendo el modelo de aquella Mi semana con Marilyn de la que muchos también afirman que tenía más de invención que de realidad. Con todo, hay en Las estrellas de cine no mueren en Liverpool algunas secuencias, incluso instantes, en los que la soledad y la agónica necesidad de amor de Gloria Grahame recibiendo una insuficiente respuesta de su joven amante, recuerdan a los mejores momentos de una maravilla que dirigiera Robert Aldrich en 1956, su melodrama romántico por antonomasia: Hojas de otoño, con Joan Crawford y Cliff Robertson.

A favor: Annette Bening buscando en sí misma la verdad de Gloria Grahame.

En contra: Un flojito Jamie Bell, y la sensación de que las cosas no fueron así en realidad.