Críticas
3,0
Entretenida
Churchill

Sangre, remordimiento, lágrimas y bostezos

por Alberto Corona

La primera escena de Churchill encuentra al susodicho en la playa, melancólico, atormentado, bregando con un pasaje posiblemente onírico, paulatinamente sangriento, y poseedor, sí, de cierta fuerza visual. La primera escena augura, al mismo tiempo, una narración intimista, acaso más interesada en desentrañar la psique del gran hombre que en sus hazañas políticas, y es prometedoramente interrumpida por la entrada anticlimática de Clementine Churchill, preguntándole a su marido que qué hace con su vida. Una música aterradoramente melodramática irrumpe, asoma el título, la trama comienza de verdad, y no volvemos a hallar ni rastro de esta estética, ni de estas ideas, ni de esta posible gran película. 

Hay en Churchill, dirigida por Jonathan Teplitzky, una constante voluntad de que el relato que desarrolla sea apasionante, épico, trascendente, pero todas las decisiones tomadas al respecto no hacen sino malograr el esfuerzo, y condenarlo a una desagradecida indolencia. La banda sonora subraya cada diálogo y cada escena de manera ruidosa y desnortada, contrastando de la peor de las maneras con el drama de Winston Churchill, que no va mucho más allá de la mala conciencia que tiene el protagonista y de la cabezonería con la que trata de afrontarla, sacando de quicio por el camino tanto a la citada esposa como al ejército estadounidense que intenta que el Desembarco de Normandía sea efectuado cuanto antes… si el bueno de Winston no lo echa a perder.

Así pasa que Churchill suele moverse entre el abierto bochorno –con la conversación entre el Primer Ministro y el afectadísimo Jorge VI interpretado por James Purefoy como culmen– y el entretenimiento moderado y más o menos constante que puede permitirse ofrecer. Como la decisión de reducir este falso biopic a los días previos al D parece inapelable, la película no tiene más remedio que centrarse en un anciano que sabe que en la Primera Guerra Mundial no lo hizo todo lo bien que debiera y trata de redimirse evitando la muerte de miles de soldados británicos y, al mismo tiempo –aunque el pobrecico no lo sepa– saboteando la futura victoria aliada contra los nazis. Esta coyuntura, si bien pudiera resultar trágica, llega a causar más irritación que otra cosa gracias al admirable trabajo que hace Brian Cox, trazando una panorámica descarnada, sin concesiones, del Primer Ministro Británico. 

El drama queda reducido, por tanto, a una pataleta cobarde, y el protagonista irrita, deprime, y hace que cada vez simpaticemos más con el general Eisenhower –como para no, lo interpreta con mucho cuajo John Slattery– y, sobre todo, con la sufrida cónyuge, encarnada por una Miranda Richardson que se erige como la auténtica heroína de la película. Al mismo tiempo, este visible error de cálculo conduce de forma inesperada a una visión refrescante –hasta los discursos de Winston están reducidos al mínimo, y  no resultan especialmente alentadores–, e incluso poseedora de cierto componente irónico al estilo Dunkerque, extraído del patetismo que se adueña de la trama a medida que el ego del protagonista va entorpeciéndola, sin valentía o desinterés que puedan relucir en medio de toda la basura de la guerra y el poder. 

Un hallazgo aislado envuelto en una puesta en escena plana y formulaica, donde ni siquiera el talento incondicional de todo su reparto consigue zafarse de la falta de pasión genuina invertida en el conjunto. La errática construcción del libreto, por otro lado, provoca que el film se antoje iterativo y ensimismado, obra de su responsable, Alex von Tunzelmann. Afamada historiadora que debuta en el guión cinematográfico, regenta una columna en The Guardian poniendo a caer de un burro las películas con errores históricos, y que escribiendo Churchill pareció no darse cuenta de que la historia en sí es desesperadamente repetitiva e ingrata, y que para superarla inventamos el cine

A favor: El retrato del protagonista, alejado de heroicidades y carismas impostados. 

En contra: Es sumamente difícil imaginarse cómo esta película podría haber sido resuelta con menos garra. En serio. Totalmente imposible. Cero garra.