Corruptelas y esperpento (búlgaro)
por Paula Arantzazu RuizHay ocasiones en que el enfrentamiento con la maquinaria burocrática del estado parece un mal chiste. También hay otras en que se asemeja a una historia de terror. Un minuto de gloria, de Kristina Grozeva y Petar Valchanov –triunfadora del último Festival de Gijón (Mejor Película, Mejor Guion y Premio de la Crítica-Fipresci)– es, en este sentido, una comedia negra sobre un hombre contra el sistema muy a su pesar. Kafkiana, esperpéntica, desquiciante..., todos estos adjetivos se ajustan a la historia de Tsanko Petrov, un trabajador del ferrocarril, que tras encontrarse un millón de levs tirados en las vías del tren, decide devolver el dinero a la policía, sin saber que tal vez esa fue la peor decisión posible.
El detonante del rocambolesco periplo del protagonista arranca cuando Julia Staikova, la jefa de prensa del Ministro de transportes pierde el reloj del honesto trabajador. Lejos de querer reparar ese descuido, todos y cada uno de los miembros del gabinete del político tratan de escurrir el bulto al tiempo que Petrov se obstina en querer recuperar lo que es suyo. De héroe a pesado, y siempre títere en manos de los agentes que deberían velar por el bienestar ciudadano: sean los políticos o la prensa. Así las cosas, Grozeva y Valchanov no dejan prisioneros, tal y como se ve, en su retrato sobre la sociedad búlgara del siglo XXI; una crítica que emparenta a los cineastas con otros coetáneos del entorno post-totalitario, del rumano Cristi Puiu (La muerte del señor Lazarescu, 2005) a la también búlgara Ralitza Petrova (Godless, 2016). Como ellos y otros compañeros, Grozeva y Valchanov apuestan por un estilo naturalista que deja espacio a la trama y a los vericuetos del relato. Provienen del documental y su cámara en apariencia equidistante se hace notar en la película, como si quisieran decirnos justo lo contrario: que hay ocasiones en que no hay puntos medios en situaciones de chistes malos de terror burocrático.
A favor: Sus dos intérpretes protagonistas, Stefan Denolyubov y Margita Gosheva: el primero practicando el minimalismo gestual y la segunda de áspera presencia.
En contra: Un clímax algo histriónico. Por suerte, el final nos devuelve al tono crudo del filme.