La tragedia de un hombre ridículo
por Marcos GandíaQue existe una delgada línea entre la risa y el llanto, entre la euforia y la locura y entre la comedia y la tragedia, eso lo sabe todo el mundo. El Brad de esta sesión de peterpanescas humillaciones, de este tragicómico desfile de vergüenzas ajenas, sería el mejor ejemplo. Ben Stiller, ya acostumbrado a poner su cara de pasmo al servicio de un humor lleno de facetas (las que van de la tontería inocente al puro ácido autorreflexivo), es el rostro ideal y la encarnación perfecta de un tipo frustrado que intenta salir de una crisis (sí, LA CRISIS) en su mediana edad de medianía vital, conyugal, profesional y personal, con un ridículo intento de recuperar al niño que fue.
Variante, desde el ámbito neoindie, del opus cinematográfico de ese genio tan poco reconocido llamado Adam Sandler, ¿Qué fue de Brad? afortunadamente no es un ejercicio de onanismo indie, sino un paso más allá de ese post humor donde la ironía y el sarcasmo conviven de una manera extrañamente incómoda y divertida con el drama y la misma comedia. Mike White, el responsable del film, ya era un experto en estas lides, y aquí realiza un más difícil todavía en su catálogo de adultos no ya incapaces de crecer, sino incapaces de vivir su madurez y de recobrar aquella niñez o adolescencia ya irremediablemente perdida, por mucho que hagan el imbécil en ese esfuerzo baldío, base de los mejores y más carne de sofá de psiquiatra gags de la película.
White enfrenta a Stiller (sencillamente espléndido) a lo que fue su vida (que no era ese edén perdido) y lo que es ahora con un esquema de acción-reacción en el que meter la pata y sentirse peor es el resultado final. Astutamente, el contrapunto de esta odisea a ratos tan patética que se diría adorable, es el de la verdadera infancia, los niños. Más adultos que los padres, más responsables e incluso más lúcidamente crueles, en esas conversaciones, miradas y reproches en forma de cariño desarmante convierten a ¿Qué fue de Brad? en la simétrica y no tan negra relación entre padre e hijo en la demoledora Happiness de Todd Solondz. Un viaje sin retorno en el que el Brad del ayer resultará no tan idílico o perfecto como recordaba el Brad del presente. ¿No estaremos a fin de cuentas en la versión más realista y cabronzuela de las bienintencionadasparábolas de Frank Capra?
A favor: La descripción inmisericorde del adulto de mediana edad.
En contra: Algunos actores secundarios no están a la altura.