El miedo que puedes tocar
por Gerard CasauQuien haya visto el documental The Frankenstein Complex –estrenado en salas españolas hace escasas semanas– sabrá que el pulso más agotador que mantienen actualmente los cineastas y artesanos defensores de los efectos de maquillaje tradiciones es con los productores impacientes, que prefieren la seguridad y relativa rapidez que proporcionan los FX generados por ordenador, algo que ha ido relegando al exilio creativo a grandes figuras como, por ejemplo, Rick Baker.
Los componentes del colectivo canadiense Astron-6 pertenecen a la generación que creció adorando los delirios palpables que salían de la mente (y las manos) de Baker, Stan Winston, Chris Walla o Rob Bottin. Tras labrarse una reputación en los festivales especializados en cine de género con delirios 'gore' de bajo presupuesto como Manborg, y filigranas metalingüísticas del calibre de The Editor, dos de sus miembros, Jeremy Gillespie y Steven Kostanski quisieron apartarse del sello cómico de sus anteriores producciones, y emprender una empresa más sombría y ambiciosa que hoy conocemos como El vacío, para la cual no servían las bromas cutres, sobre todo en lo que se refiere a los efectos especiales.
La solución que Gillespie y Kostanski encontraron para levantar el proyecto desde la independencia y garantizando que la película se haría en las condiciones adecuadas fue lanzar una campaña de 'crowdfunding' destinada no a la totalidad del filme, sino exclusivamente a la partida para los efectos especiales, para poder avanzar su diseño antes del inicio del rodaje. Un remedio sintomático de los modelos de producción actual, pero también, y sobre todo, del peso que adquieren los FX en su campo creativo: no en vano, además de dirigir sus películas, han trabajado en los efectos de títulos como Pacific Rim o la serie Hannibal.
Todo ello no significa que El vacío suponga una mera plataforma para testar modelos de látex y animatronics. Al contrario, Gillespie y Kostanski han planificado la película para que posea una tensión formal que tiene a John Carpenter en el horizonte (si bien este propósito se diluye a medida que la acción se enclaustra en espacios exteriores), y su ambición es que los sufrimientos de los protagonistas posean calen dramáticamente al espectador. Pero su concepción del terror, que parte de la inquietud que proporcionan los encapuchados miembros de una extraña secta, para abrirse luego al dolor extremo e inverosímil del primer Clive Barker, y a las monstruosidades indescriptibles y cósmicas surgidas de las páginas de H.P. Lovecraft, requiere una visualización incontestable y que provoque en el público una reacción física inmediata, de nausea y pérdida de los referentes antropomórficos y naturales.
Por eso, El vacío es un filme que halla su noción de profundidad en el hecho de que los horrores estén presentes en el plató, justo al lado de los actores y, por lo tanto, casi palpables para nuestra mirada. También en su férreo compromiso para con la exhibición impúdica de lo atroz, que atenta contra los principios fundamentales de la elipsis y el fuera de campo para confrontarnos con un miedo táctil, que vacía por completo nuestra imaginación.
A favor: Evidentemente, su buen mal gusto para los efectos especiales, espléndidos.
En contra: Quizá le falte madurar un punto la puesta en escena.