Críticas
3,5
Buena
El monstruo de St. Pauli

Fritz, retrato –neorrealista- de un asesino en serie

por Xavi Sánchez Pons

Junto con Jacques AudiardFatih Akin es el director europeo en activo con respaldo de crítica, festivales (los dos han acaparado decenas de premios en la última década) y público que más veces ha cambiado de piel en su filmografía. Como el cineasta galo, Akin se divierte jugueteando a su antojo y de forma inesperada con los géneros. Sus dos últimas películas son un buen ejemplo: la resultona feel good movie Goodbye Berlín y la más que reivindicable En la sombra, un thriller de venganza a lo Charles Bronson pero en clave de autor que le valió un Globo de Oro a la Mejor Película Extranjera y el Premio a la Mejor Actriz en Cannes 2017 para Diane Kruger. Ahora bien, a pesar de estar familiarizados con las sorpresas genéricas de Akin, el salto mortal sin red que supone para su carrera El monstruo de St. Pauli es un twist alucinante que ha cogido a toda la comunidad cinéfila desprevenida. El filme, que sigue de forma hiperrealista los crímenes y la vida de Fritz Honka, un asesino en serie alemán que en la primera mitad de los setenta mató a cuatro mujeres en los barrios bajos de Hamburgo, es un relato de terror áspero, crudo, malsano y pútrido. Una película que, una vez vista, hace obligatoria una ducha de agua caliente para limpiarte el olor y la suciedad que desprenden sus imágenes, algo que se te pega en el cuerpo como si lo pudieras oler y tocar de verdad.

El monstruo de St. Pauli fue silbada en el Festival de Berlín de 2019, donde competió en la sección oficial, y ha recibido en general críticas furibundas (la primera vez que esto le ocurre al director alemán de origen turco). Se trata de un Akin valiente saliendo de su zona de confort, y una película que, diga lo que diga su pléyade de detractores, está llena de aciertos. Es más, solo hace falta mirar un poco más allá de su supuesta coartada sensacionalista para ver que aquí hay mucho más que eso. Y es que El monstruo de St. Pauli, a través de los ojos de su protagonista (un excelente e irreconocible Jonas Dassler), del círculo social por el que se mueve y del bar que visita, el The Golden Glove que da título original al filme, dispara una fotografía certera y salvaje del lado oscuro y menos amable, tanto de las clases populares como de las medias (esa pareja de adolescentes hípsters fascinados por los bajos fondos de la ciudad), del Hamburgo industrial de los setenta y por ende de la Europa capitalista y libre de la época. En ese sentido, lo último de Akin es un cruce notable entre la sequedad expositiva de Henry, retrato de un asesino y del terror neorrealista de La ternura de los lobos (su influencia más directa) y el Tony Manero de Pablo Larraín. Pocas películas se verán en España este año tan contundentes y duras como El monstruo de St. Pauli, una obra incomprendida ahora que, con el paso de los años, será redescubierta y tendrá estatus de culto.