Críticas
3,5
Buena
John Wick: Capítulo 3 - Parabellum

Los beneficios de ser famoso

por Alberto Corona

El atractivo de una saga como la de John Wick, convertida en poco menos de cinco años en uno de los productos imprescindibles para entender el cine de acción de la última década, siempre se ha fundamentado en tres elementos básicos. El primero de ellos es un tratado interesantísimo sobre la masculinidad estoica concentrado en los quince minutos iniciales de John Wick para a partir de entonces limitarse a ejercer de dócil telón de fondo. El segundo supone un universo muy particular diseñado expresamente para que los tópicos del neonoir sean celebrados y llevados al extremo, como hizo la segunda entrega y punto más alto de la saga hasta ahora. El tercero eran… bueno, el tercero se reduce a unas peleas que están mazo guapas.

John Wick: Capítulo 3 - Parabellum deja claro desde el principio a qué elemento concreto rinde pleitesía, una vez el demoledor cliffhanger de Pacto de sangre le permite dedicar una primera media hora adrenalítica a dejar las anteriores batallas como meros ensayos de la auténtica explosión que estaba por venir. El personaje interpretado por Keanu Reeves ya ha trascendido de sobra su condición mortal para convertirse en esa criatura mesiánica que describían los sicarios de la primera John Wick, por lo que en estos minutos le da tiempo a protagonizar un divertido duelo en una biblioteca, sacarle partido a una tienda de armas antiguas, y aniquilar el poco sentido del ridículo que le quedaba dándose tollinas en una cuadra al tiempo que se beneficia de las oportunas coces de los caballos. Para entonces aún queda hora y media hasta que John Wick 3 acabe, pero el espectador ya se encuentra exhausto.

A la criatura diseñada por el guionista Derek Kolstad le han bastado menos de tres películas para llegar a ese punto que otras sagas alcanzaron en compases mucho más tardíos. Como Fast & Furious 8 dejando de fingir que latía una temática familiar tras sus desbarres, Misión Imposible: Fallout apuntalando el mito sobrehumano de Tom Cruise, o Muere otro día poniendo a su 007 sexagenario haciendo surf sobre un glaciar, John Wick 3 se ha quitado todos los ropajes estéticos y narrativos que refrendaban una supuesta trascendencia para entregar al público lo que este siempre ha querido en estado puro, silvestre, y deliciosamente chiflado. No es ninguna casualidad, en este sentido, que la tercera entrega sea también la que más humor autoconsciente posee, con el solemne rictus de Reeves mucho más dispuesto a abandonarse a la sublime tontería que lo ha embarcado en este viaje eterno de venganza/redención/añádase aquí el tropo criminal que más convenga.

Los giros y el constante tono trágico de esta tercera parte (que ni de coña oficia de conclusión) se limitan a ser actualizaciones de los ingredientes que hicieron de Pacto de sangre una película tan inabarcable, y acaba resultando que en esta fiesta a sus implicados les importa más subir el volumen de la música que mejorar la calidad de las bebidas. Dado lo crítico que suele ser el fandom con las fugas abiertamente desmitificadoras (y John Wick 3 lo es, por mucho que se esfuerce en parecer exactamente lo contrario), la jugada de Chad Stahelski podría ser incluso entendida como valiente, sino fuera por la tranquila inteligencia y talento escénico que velan por el conjunto. A estas alturas John Wick no tiene nada que demostrar. El mundo entero sabe de lo que es capaz Baba Yaga, y puede disfrutar del espectáculo mientras el único enigma que atina a plantearse es dónde esconderá el protagonista a su perro la próxima vez para que no corra peligro.

Una de las posibles taras de la John Wick inaugural era lo machaconamente que se nos quería convencer de lo letal que era el protagonista, cargándose el posible tono sombrío a base de tremendismos innecesarios. Y por ello, acaba teniendo cierta lógica que aquí el tremendismo, (siempre encargado de certificar que oh, nadie puede con John Wick) haya mutado en un espectáculo desprejuiciado y agotador que no por idiota se acaba revelando menos valioso. Puede que lo que nos atrajera de John Wick no fuera exactamente esto, pero desde luego sería de lo más insensato rechazar algo así.