No podemos tener héroes
por Alberto CoronaEntra dentro de lo normal, y hasta de lo deseable, que actualmente queden muy pocos héroes de acción a la vieja usanza sin cuestionar. Remontándonos al más canónico, que sería James Bond, descubrimos que lleva desde Casino Royale presa de una deconstrucción tan extenuante que ha acabado convirtiéndose en poco menos que un chiste. Si quisiéramos enarbolar a los personajes de Dwayne Johnson, pronto advertiríamos que su tremenda bonhomía, su interés desesperado en caer bien, se aparta punto por punto del estoicismo que identificamos como clave a la hora de abordar la clásica masculinidad heroica. Y llegando a Ethan Hunt, nos encontraríamos con que el cuestionamiento ha formado parte del discurso desde el inicio de Misión Imposible. Esto es más o menos lo que ocurre con la saga Objetivo.
Objetivo: La Casa Blanca, estrenada en 2013, constituía un eficaz entretenimiento cuya forma y tono se ajustaban de forma orgánica a la construcción del protagonista, el agente Mike Banning interpretado por Gerard Butler. Dándose el caso realmente afortunado de que aquí Butler por fin encontraba una película que se alineara punto por punto con la personalidad que había querido labrarse como estrella de acción, y el film dirigido por Antoine Fuqua resultaba por tanto ser sangriento, tosco y extremadamente varonil. Sin eludir del todo, no obstante, ciertos asomos de narrativa que dejaban en tela de juicio la competencia de Banning: lo mágico era que aquí el cuestionamiento no se extraía de poner a gente en peligro o de ser demasiado negligente a la hora de apretar el gatillo —de hecho, eso el film lo aplaudía y fomentaba—, sino de preocuparse más por salvar la vida de su presidente (Aaron Eckhart) que de matar a la peña suficiente como para que el resto de su gabinete no corriera ningún peligro.
Objetivo: La Casa Blanca, sucia e hipermusculada aunque Butler fuera todo fibra, nadaba a contracorriente, y fue toda una sorpresa que acogiera el éxito suficiente como para que quisieran darle continuación. Llegó Objetivo: Londres con una xenofobia aún más exacerbada pero también mayor desinterés en estudiar la interesantísima condición de Banning como refugio viril, y ahora nos llega Objetivo: Washington D.C. con el planteamiento más interesante de toda la trilogía. En esta última, que dirige con una falta inaudita de garra Ric Roman Waugh, el objetivo de los malosos no es, como asegura el confuso título en castellano, la misma ciudad que asaltaron los terroristas en la entrega inaugural, sino el propio Banning. Así como, más interesante aún, sus principios y convicciones, que pugnarán por ser demolidos en un via crucis que mezcla El fugitivo con la mitad de las entregas de Misión Imposible. Acusado de intentar asesinar al presidente —que ahora es, como estaba destinado a ocurrir en algún punto, Morgan Freeman—, Banning debe huir, y trabajar a solas para demostrar su inocencia y hallar a los verdaderos culpables, que esta vez no provienen de algún país extranjero acomplejado por el poderío inigualable de los EE.UU., sino que salen de dentro.
A partir de esta coyuntura, el guión tiene la suficiente inteligencia como para ahondar en la herida y acrecentar las dudas de Banning. Su patriotismo se tambalea, ya no está seguro de quiénes son los buenos y quiénes los malos —la mayor pesadilla de un ciudadano estadounidense—, y además debe recurrir a la ayuda de su padre: un 'hippie' barbudo y apátrida que siempre ha despreciado su apego al 'statu quo', y que está interpretado de un modo mucho menos carismático de lo esperable por Nick Nolte. Es reseñable, por tanto, que Objetivo: Washington D.C. exhiba en su primera hora muchos más escenarios sugerentes que todo lo que intentaron las dos películas anteriores a lo largo de su metraje, pero luego de estas sorpresas el film no tarda en sumirse en la monotonía, y se pone a atar cabos por pura inercia.
Sería estúpido, desde luego, esperar de un producto como Objetivo: Washington D.C. algo más que una alegre complacencia para con su sudoroso héroe de acción y la filosofía que cimenta su figura, pero no deja de ser una pena que justo cuando la franquicia llega a sus puntos más estimulantes nos tengamos que conformar con la puesta en escena menos inspirada, el ritmo más moroso, y, lo que viene a ser lo peor, la mayor rebaja en sus presupuestos de violencia y sangre. Por momentos, de hecho, hasta hay un impulso de querer convertir el film en una alegre comedieta paterno-filial, y es entonces cuando deviene inevitable enfurecerse y preguntarse por qué ya no podemos tener héroes de acción de los de toda la vida. Dónde se han ido. Por qué incluso en un film con calificación R nos tenemos que topar con estas movidas.