Críticas
2,0
Pasable
Veloz como el viento

Carreteras perdidas… y nunca recuperadas

por Carlos Losilla

No me gusta decir estas cosas en una crítica, pero lo voy a hacer: Veloz como el viento hubiera sido una película mejor y más emotiva enfocada de otra manera. No me gusta decirlo, insisto, porque creo que una crítica debe hablar de un film tal como es, y no tal como hubiera debido ser. Y sin embargo, ante este tercer largo de ficción de Matteo Rovere la impresión es tan viva, y tan vibrante, que no puede quedar oculta. La película, basada en hechos reales, cuenta la historia de una corredora de coches de 17 años que se encuentra, ante la muerte de su padre y mentor, en una situación difícil, con un hermano pequeño al que cuidar y una amenaza de desahucio. También se encuentra –o mejor, se reencuentra— con su hermano mayor, antes un piloto prometedor, ahora un toxicómano que vive con su chica --a su vez otra drogadicta impenitente-- en una destartalada 'roulotte' y reaparece en el entierro para reclamar su parte de la herencia. Lo que se encontrará, sin embargo, es un par de hermanos desvalidos y una casa que seguramente nunca será suya. Y aun así lucha para que todo salga bien, convirtiéndose incluso en el nuevo entrenador de su hermana. ¿Ven por dónde va la cosa? Pues bien, podría haber ido por otro sitio. Pues lo verdaderamente importante de Veloz como el viento parece suceder fuera de campo, en los lazos invisibles que unen a esos tres personajes heridos y desorientados, en el pasado que los desunió. He ahí la esencia del melodrama, un género de tanta tradición en la cultura y el cine italianos. Sin embargo, Rovere da por sentado todo eso y se lanza a explotar las consecuencias, lo que todo el mundo sabe o se imagina, y por eso su película fracasa: el drogadicto llevará fuerza e ilusión a ese grupo humano descompuesto y, por su parte, recuperará el calor familiar y también, de paso, un poco de dignidad. Muy bien, ya lo sabíamos. Y ahora, ¿qué?

Pues entonces, claro, estaríamos en otra película, que seguramente no hubiera ganado tantos premios como esta ni hubiera sido un éxito de taquilla en su país de origen. En ocasiones Veloz como el viento parece palpar esos instantes de intensidad que nunca llega a alcanzar. Al principio, por ejemplo, el hijo pródigo regresa en pleno entierro del padre y se empeña en abrir el ataúd para poder verlo mientras desciende ya a la fosa. En otra escena, su hermana lleva un vestido de su madre muerta --¿qué pasa con ese personaje ausente, que tanto peso hubiera podido tener?--, se lo mancha y empieza a insultarla –“Vaffanculo!”--, y luego a insultar a toda la familia, a su hermano pequeño, a sí misma. No obstante, Rovere prefiere otro tono, le atrae más acudir al tópico, a lo que el espectador pueda reconocer, y buscar sus reacciones más primarias, a veces la lágrima fácil, a veces la risa instantánea. El hermano mayor carga a los compañeros de clase del pequeño en el coche y penetra ilegalmente en una urbanización para que puedan bañarse en una piscina olímpica. ¿Qué necesidad había de eso? Muy sencillo: agradar al público, humillarse ante él. Y un cineasta nunca debe humillarse ante su público, debe tratarlo de tú a tú, pero jamás darle lo que quiere sino lo que él cree que debe darle para obtener algo a cambio. Pues bien, Veloz como el viento tenía la posibilidad de extraer oro puro de su material de partida –nunca hay que despreciar un material de este tipo, aunque sea material de derribo— y la desaprovecha sistemáticamente, se va siempre por el camino fácil, de manera que Rovere lo filma todo como si no le importara el hecho de filmarlo sino qué va a conseguir con ello o, peor aún, como si lo que buscara con esa manera de (no) filmarlo fuera acercarse a cierto cine hollywoodiense, y no precisamente el que merece la pena. Ahí está el detalle: la película de Rovere es otra película deslocalizada, que renuncia a sus posibilidades por comportarse miméticamente, por querer ser lo que nunca podrá ser. Y de eso en el cine español también sabemos mucho, por lo que Veloz como el viento nos puede llegar a parecer incluso extrañamente cercana. Qué pena todo.

A favor: La extraña relación que mantiene el protagonista masculino con los cementerios, tanto al inicio como al final del film. Y no digo más.

En contra: Las escenas de competición, que en principio parecen renunciar a la espectacularidad, pero –ay— se ven obligadas a convertirse en los puntos climáticos de toda la película.