Críticas
3,5
Buena
En cuerpo y alma

El bosque y el matadero

por Quim Casas

“Body and Soul” es un estándar norteamericano de los años 30 que han interpretado, entre otros, Billie Holiday, Frank Sinatra, Sarah Vaughan, Tony Bennett y Amy Winehouse, además de dar título a un clásico del cine sobre boxeo dirigido por Robert Rossen en 1947. Su letra triste, que se inicia con una confesión (“Mi corazón está afligido y solitario/Por ti suspiro, solamente por ti, querida”), podría delinear las líneas básicas de la película húngara de similar título, En cuerpo y alma. Pero a pesar de que las dos cosas están muy presentes en el filme, el cuerpo (aunque inseguro, cuando no atrofiado) y el alma (resquebrajada, aunque no doliente), así como el sentimiento amoroso que va y viene, confuso y confundido, entre dos personas que han abdicado de estar enamorados, la película de Ildikó Enyedi (ganadora del Oso de Oro en el último festival de Berlín) retuerce las dudas y posibles afectos de una forma distinta. 

La clave está en un sueño que para nosotros, inicialmente, es una imagen fuera de la historia, una especie de puntuación. Son los planos de dos ciervos, macho y hembra, moviéndose por el bosque en busca de hierba para comer bajo el manto nevado. Al principio, estos planos casi edénicos –aunque los ciervos se detienen cuando escuchan algún ruido extraño y nosotros sentimos una amenaza que no se concreta, ya que deberá concretarse entre los humanos que sueñan–, están en contraste con las imágenes de las vacas en el matadero donde trabajan los protagonistas: la mirada bovina, inexpresiva, de las vacas antes de ser sacrificadas frente a la mirada despierta y atenta de los ciervos moviéndose en libertad. 

Un giro de guión particular, que inicia una nueva trama que no es tal, sino el simple detonante para lo que vendrá después (se ha cometido un robo en el matadero, la policía investiga y una sicóloga entrevista a los trabajadores para evaluar su estado mental), nos descubre que aquellas imágenes del bosque son, en realidad, el sueño compartido que tienen el maduro Endre, el director administrativo del matadero, y la joven Mária, la nueva responsable del control de calidad de la carne. Cada noche tienen un sueño idéntico que es continuación de lo que han soñado la noche anterior. La sicóloga no les cree y ellos deben cerciorarse de que realmente tienen ese sueño con dos puntos de vista distintos: Mária es la cierva y Endre, el ciervo; los animales buscan comida y solo rozan sus hocicos en el riachuelo, como los humanos solamente se rozan a partir del sueño compartido que une sus emociones erráticas. 

Tan delicada como la canción de Laura Marling que juega un papel fundamental en el relato. Tan fría y distante como un melodrama del que han hurtado todas las lágrimas y los escasos gozos. Absurda a veces. Alejada, pese al sueño compartido de los proto-amantes, de cualquier amago de amour fou. Incluso al final hay un gesto de desasosiego aunque todo parece encauzarse de una forma nueva para los protagonistas. Ciervos, vacas, mataderos, sicología de manual, cuerpos atrofiados como el brazo de Endre, trastornos, repeticiones, sueños, el amor bajo otro prisma, la soledad y la necesidad… Un cuento cruel de nuestro tiempo que resulta muy cercano pese a estar diseñado como si fuera un asteroide lejano. 

A favor: La singular extrañeza de cada situación, de cada detalle. 

En contra: Su frialdad expresiva, tan coherente, puede ser mal interpretada.