A la deriva
por Xavi Sánchez PonsHubo una época en que las españoladas tenían su gracia. Cuando los protagonistas eran cómicos de primer orden y los directores unos artesanos con oficio conscientes del material que tenían entre las manos: cine popular de consumo rápido. Con el paso del tiempo, las películas protagonizadas por Paco Martínez Soria, Tony Leblanc, Lina Morgan, Antonio Ozores, Gracita Morales, Alfredo Landa o del dúo Pajares-Esteso, que tenían detrás de las cámaras a héroes del cine de barrio como Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Juan de Orduña o Javier Aguirre, se han convertido, más allá de su calidad cinematográfica, en fotografías sociológicas de la España de la época de un valor incalculable. Es más, también han aguantado más o menos bien el tipo gracias al carisma de las estrellas que las protagonizaron. Algo, eso del carisma, que el cine español actual, tanto el comercial como el independiente, va falto.
En 2014, Borja Cobeaga, Diego San José y Emilio Martínez Lázaro vulgarizaron el concepto clásico de la españolada en Ocho apellidos vascos. Una actualización del cine popular español clásico que supo conectar con el público (más por accidente que de forma consciente), pero que iba falta del carisma y de esa instantánea sociológica (los Morancos de Omaíta hicieron antes y mejor, y de forma más salvaje, eso del humor autonómico) que si tenía el cine español mainstream de los sesenta, setenta y ochenta. Tras el hit protagonizado por Dani Rovira y Clara Lago se han producido una serie de imitaciones aún peores (sic), títulos que rozan casi el mal gusto como Es por tu bien o Señor, dame paciencia. La nueva película de Daniel Monzón, Yucatán, tiene -el dudoso- honor de entrar en la categoría de exploits de Ocho apellidos vascos.
Monzón y su guionista de confianza, Jorge Guerricaechevarría, tras entregar dos thrillers solventes, Celda 211 y El Niño, bajan en el listón de una forma alarmante en una comedia de enredos y de timadores timados que transcurre a bordo de un crucero internacional. En algunas de sus secuencias se intuye un intento de homenaje a la screwball comedy clásica de Hollywood (el descafeinado triángulo amoroso entre Luis Tosar, Stephanie Cayo y Rodrigo De la Serna), pero es solo un espejismo. En Yucatán todos los gags cómicos están forzados y carecen de efecto sorpresa (ese clímax final alargado que parodia las snuff movies o la escena del timo de los diamantes), y sus fugas al humor escatológico son fallidas (la secuencia del laxante causa sonrojo). Su duración excesiva (casi dos horas) tampoco juega a su favor; hay demasiados minutos de relleno y eso acaba dejando noqueado al espectador. La sensación general es la de una dejadez extrema, la de no querer cuidar los detalles y la de entregar una comedia mainstream que, si cuela, irá bien en taquilla. La única cosa que se puede salvar de este naufragio es el personaje del millonario jubilado que interpreta Joan Pera. El homenaje que le rinde aquí Monzón al actor catalán es bello y sincero.
Lo de Yucatán da un poco más de rabia de lo normal porque sabemos que Monzón y Guerricaechevarría lo pueden hacer mejor en el terreno de la comedia. Lo demostraron en la divertidísima y fantástica El robo más grande jamás contado, una españolada sofisticada sobre robos perfectos en la que sí que fueron capaces de arrancar aplausos y carcajadas. Y es que en ella no había piloto automático y si mucha chispa, nervio y talento cómico: el de Manuel Manquiña, Enrique Villén, Sancho Gracia, Neus Asensi, Antonio Resines o el recientemente fallecido Javier Aller.