Críticas
3,0
Entretenida
Domino

Vestido para matar

por Marcos Gandía

En una de las (¿existe alguien que lo cuestione?) obras maestras de Brian De Palma, Impacto, el personaje interpretado por John Travolta reconstruye un atentado, un asesinato, a la manera de un rompecabezas sonoro y luego de imágenes. Lo que en esta maravilla de película se articulaba como un ejercicio de suspense basado en la sincronización (el eje del opus del cineasta), en Domino es su no buscada razón de ser. Domino, en su azaroso y gafado proceso de rodaje y tortuoso alumbramiento, es el intento de dar conexión a todo lo que De Palma no pudo rodar como él quería, a escenas que no tienen sentido y a un argumento que no daba para nada. Sincronizar, en suma, una serie de material imposible de encajar para que al final no es que tenga sentido, sino que sea la prueba de un crimen: el que los productores han perpetrado con el film.

De Palma, cual el citado Travolta de Impacto, o el Antonio Banderas que decoraba su apartamento con pequeñas instantáneas fotográficas componiendo un collage que era la razón misma de ser de la extraordinaria y maltratada Femme Fatale (a la cual se hace un guiño cinéfilo en Domino), trata de hallar su película, la que él imaginó al empezar a rodar este thriller inequívocamente histchcockniano sobre el juego entre un terrorista y un agente de inteligencia caído en desgracia, prontamente tan obsesionado por su némesis que la diferencia entre uno y otro se hace casi imperceptible. De lo que la calenturienta, creativa y filigranera imaginación del autor de Vestida para matar (donde también una serie de diapositivas estáticas daban movimiento a la resolución del enigma) estaba antes de encontrarse con falta de presupuesto, con suspensiones de rodaje y mil y una desgracias que darían para un documental, parece quedar en Domino su intento de reconstrucción, su ser una pieza de rompecabezas, una instantánea que tiene problemas para sincronizarse con un relato lineal. Sin embargo, es todo esto lo que convierte a la fallida película de Brian De Palma en una cinta a defender, en una de esas películas tan deslavazadas, capadas y malditas como las que poblaron la filmografía final de Sam Fuller.

Dentro de su inconexa sucesión de persecuciones en off y atentados terroristas que parecen la versión para TikTok de la grandilocuencia exhibida en La furia, Domino y su todavía con mucho cine dentro autor nos regalan una de las set pieces más estimulantes de los últimos años: ese maremágnum de pantallitas digitales como mosaico (incompleto, asincrónico) del suspense. Y ese USB como la clave, la pieza perdida, la imagen perdida de lo que acaso fuera una obra maestra.