Críticas
3,0
Entretenida
Johnny English: De nuevo en acción

El ocaso de los licenciados para matar

por Alberto Corona

De entre todas las parodias que se han ido realizando a lo largo de los años con James Bond como víctima, puede que la protagonizada por Johnny English sea una de las mejor pensadas, sin que eso haya redundado necesariamente en la calidad de la misma. Frente a escenarios surrealistas y absurdos donde el protagonista sólo era un agente del caos más, como la saga de Austin Powers o las películas de Leslie Nielsen —de cuyo primer Agárralo como puedas, curiosamente, Johnny English: De nuevo en acción toma prestada una persecución con estudiante de autoescuela incorporada—, los films protagonizados por Rowan Atkinson dirigían sus dardos al lado más sensible de 007: esto es, a su chulería, su afición a los chistes malos y, en definitiva, a un carácter arrogante que el espectador sólo podía tolerar desde una pantalla de cine rodeado de la imaginería habitual de coches, tías buenas y localizaciones exóticas. El high concept, por tanto, era de lo más sencillo: ¿qué pasaría si Bond conservara esa irritante seguridad en sí mismo… pero fuera un absoluto inútil en su trabajo? 

El personaje, originalmente llamado Richard Latham para los anuncios de Barclaycard que acabaron propiciando su salto al cine, se benefició además de la expresividad de Rowan Atkinson y su Mr. Bean, protagonizando una ocurrente película en 2003 que tenía más que ver con el estoicismo incómodo de Superagente 86 que con el caudal histriónico que las películas de ese corte irían acogiendo, de las cuales supone un último y reciente exponente El espía que me plantó. Todo, mientras el mismo James Bond cada vez tenía menos claro cuál era su lugar en el mundo, y la sucesión de reboots e innecesarias revisiones de sus orígenes dejaban al personaje desamparado por sus propios méritos, sin precisar de revisionismos post-Guerra Fría o nuevas sensibilidades feministas para dejar cada vez más clara su obsolescencia. Johnny English: De nuevo en acción llega en un momento decisivo para el Agente 007, cuando la producción de Bond 25 está estancada, y, por esto mismo, es una pena que siga sin acercarse a los aciertos de la película original, cuya deconstrucción de la flema brittish llegaba a un punto culminante en esa portentosa secuencia del protagonista bailando al son de Does Your Mother Know? de ABBA frente a un abochornado Arzobispo de Canterbury.

Esta tercera entrega de Johnny English no cuenta con ABBA entre sus alicientes, y aunque a cambio tenga una escena bastante graciosa en la que el prota se pone a pegar a los londinenses por la calle pensando que está en una simulación de realidad virtual —sí, el chiste es tan burro como suena, y funciona exactamente tan bien como se puede imaginar—, tampoco consigue aprovecharse del estado catatónico de la criatura parodiada para decir algo mínimamente relevante, o darle un poco de empaque a los chistes. De forma similar a la descafeinadísima Johnny English Returns, donde director y guionista pensaban que no había nada como alargar los gags hasta límites intolerables para provocar la carcajada, Johnny English: De nuevo en acción sigue creyendo que basta con las muecas de Atkinson y las torpezas slapstick para desarrollar un discurso humorístico contundente. Y a este respecto, no nos vamos a engañar, es probable que para los fans irredentos de Atkinson sea suficiente, pero un espectador más inquieto quizá eche en falta cierta voluntad metafílmica —Olga Kurylenko es la segunda ex-chica Bond tras Rosamund Pike que se empareja con el protagonista y aún así no hay ni una sola pulla a Quantum of Solace, cuando pocas películas merecen tantas pullas como esta—, o una némesis con algo de carisma. En la Johnny English inaugural teníamos a un inmenso John Malkovich; en Johnny English: De nuevo en acción tenemos a un chaval de Silicon Valley que realiza todas sus fechorías con el IPhone en mano. El sino de los tiempos.

Pero es precisamente el sino de los tiempos contra lo que siempre se han revelado tanto James Bond como el bueno de Johnny, y así sucede que la película de David Kerr —tercer director de una saga que nunca ha disimulado que Atkinson es su único músculo creativo— acaba construyendo un entrañable panegírico por la vieja escuela. Numerosos chistes, así como el regreso del humilde y nada tóxico Bough (Ben Miller) inciden en el subrayado de Johnny English como un ente a punto de desaparecer, absorbido por la modernidad y renuente a sustituir los gadgets de toda la vida por un teléfono móvil que los reúna todos en forma de app. Lo curioso es que, al no dejar de ser ese mismo Johnny English que la lía sistemáticamente y trata con afán despótico tanto a hombres como a mujeres —a quienes es incapaz de ver como superiores—, esta tercera entrega sí que acierta, casi accidentalmente, a apuntalar un estado de opinión: que los Agentes al Servicio Secreto de Su Majestad y con licencia para matar son historia, o en todo caso muy pronto lo serán. Esperemos, por el bien de la paciencia de los espectadores, que la saga de Johnny English también lo sea.