Vikinga Ecologista
por Paula Arantzazu RuizIslandia tiene el segundo porcentaje de paro más bajo de Europa y cuenta con uno de los PIB per cápita más altos del mundo. En el país apenas hay brecha salarial entre géneros (desde el pasado 1 de enero por ley) y, a pesar de ser tan pequeñito, su cine, tampoco demasiado presuntuoso, circula por los mejores festivales gracias, sobre todo, a lo bien que conjuga irreverencia, situaciones absurdas o dramáticas y una sensibilidad especial por el paisaje más allá de lo paisajístico. Sobre esos pilares se sostiene La mujer de la montaña, el nuevo largometraje del islandés Benedikt Erlingsson (De caballos y hombres) y cinta que, con toda probabilidad, posee uno de los mejores personajes femeninos del año, Halla (Halldóra Geirharðsdóttir), la mujer a la que hace referencia el título de la película y suerte de vikinga contemporánea decidida a todo con el objetivo de pararle los pies a una compañía eléctrica.
Fábula ecologista que nos interpela en 2019 tal vez como nunca otras películas del subgénero, Erlingsson, sin embargo, apuesta por transmitir ese mensaje de concienciación a través de unos códigos poco habituales que ya se despliegan en el arranque de La mujer de la montaña, una escena de acción de ritmo endiablado en la que el cineasta deja a la vista todas las cartas de las que va a disponer a lo largo del filme –acción, carisma, humor nada convencional, running gags inesperados, quiebre de la diégesis– y secuencia que prende en el espectador como una mecha de la compañía ACME. Es decir: risas inmediatas.
A pesar de que ese arranque nos sacude como una batidora por su inesperada suma de elementos, que incluye una banda ucraniana en calidad de coro teatral, La mujer de la montaña guarda una estructura muy clásica que sigue los postulados del drama de manera fiel y académica. Por tanto, a medida que la trama y los conflictos dramáticos se complican –la doble vida de Halla y sus anhelos maternales, más concretamente–, la cinta toma otro poso más calmado hasta el inevitable desenlace climático, un acto final quizá algo obvio y complaciente habida cuenta de la línea combativa con la que Eerlingsson daba inicio a la película. No deja de ser, por otra parte, una concesión narrativa que le sirve al cineasta islandés para dar paso a un epílogo absolutamente escalofriante y apocalíptico con el que se nos recuerda, sin necesidad de cargar las culpas, que, en lo que a la Tierra se refiere, cualquier decisión es importante.