Rostros y lugares
por Paula Arantzazu RuizQuizá sea el cuadro ‘The Bigger Splash’ (1967) el que mejor encapsula el estilo del pintor británico David Hockney: una pintura de colores pasteles mates nos enseña una piscina, cuya rigidez cromática queda rota por la espuma producida por alguien que se ha tirado desde el trampolín. La piscina, símbolo de la comodidad económica de una generación que dejaba atrás la carestía de la guerra, ha sido un motivo constante en la obra de Hockney, sea por la idea de despreocupación que acompaña a esa imagen –tan pop, por otra parte–, sea porque Los Ángeles, ciudad en la que reside desde los años 60, es el paraíso de la piscina en todos sus sentidos. En David Hockney en la Royal Academy of Arts, documental sobre las dos últimas grandes exposiciones del artista, sin embargo, no hay piscinas como tampoco cuadros que recuerden la ligereza de los años de juventud, porque nos enseña a un Hockney centrado en los que probablemente sean los dos temas más esenciales del arte: los rostros y los lugares.
En realidad, Hockney primero se fija en los lugares. En 1999 el artista regresó a East Yorkshire para velar los últimos días de vida de su madre y se quedó en su lugar de origen dejándose fascinar por un paisaje absolutamente desconocido para él. De ahí nació ‘A Bigger Picture’, muestra que en 2012 ocupó las paredes de la Royal Academy para enseñar un perfil inaudito del pintor: el de paisajista. Cuadros al óleo de gran formato, otros pintados en iPad, acuarelas… De ahí, Hockney regresó a Los Ángeles y también la tragedia puso en marcha su segunda gran serie del siglo XXI: ‘82 retratos y un bodegón’, cuadros realizados cada uno de ellos en tres días, y exposición que llegó a la institución académica en 2016.
Todo esto queda relatado en el documental del sello Exhibition on Screen, un trabajo modesto y poco imaginativo en su puesta en escena que sin duda queda ennoblecido por la presencia magnética y humanista de Hockney, ya octagenario pero con una capacidad de trabajo abrumadora. Hay detalles en las entrevistas que son tan entrañables como definitorios de su modus operandi, sobre todo cuando explica pequeñas anécdotas de algunos de los 82 retratados de su última exhibición, desde el chaval a quien ha enviado su padre para participar en el proyecto y que no se queda quieto a la gran falda de tafetán que Hockney tiene que pintar en un solo día o la camisa de estampado imposible que viste otro de los retratados. Hockney es un observador paciente, que todavía sigue fascinándose por el inescrutable paisaje de la vida, y así queda registrado en esta pequeña pieza documental. Es cierto que no es lo mismo que acudir a los museos para deleitarse con sus pinturas –las dos muestras, por cierto, pasaron el Guggenheim de Bilbao–, pero siempre es un placer ver a un artista desplegar tanta generosidad, tanto en las entrevistas como en sus cuadros.
A favor: David Hockney
En contra: Su formato, algo perezoso.