Críticas
4,5
Imprescindible
Joker

Una obra sintomática

por Quim Casas

¿De verdad vamos a ponernos a discutir sobre si Joker es una película reaccionaria o todo lo contrario? ¿De verdad queremos ver discursos progresistas o feministas en las actuales cintas de superhéroes de Marvel o DC? ¿No es más interesante centrarnos en la gama de grises, en las contradicciones y ambigüedades que aparecen en las historias de Batman, Superman, Spiderman, X-Men y, ahora, El Joker, como ocurrió en los cómics de Linterna Verde y Flecha Verde de los años setenta urdidos por Dennis O’Neil y Neil Adams? ¿No nos explicaron muy bien Frank Miller y Alan Moore las paradojas del héroe y las del villano (la eterna historia de las dos caras de la misma moneda) en aquel enfrentamiento entre Daredevil y Bullseye titulado Ruleta rusa, cortesía de Miller –que no es precisamente un tipo con conciencia izquierdista–, y en la novela gráfica La broma asesina, una de las obras maestras incuestionables de Moore y génesis de todos los tratamientos de la figura de El Joker que han aparecido desde 1988? ¿Vamos a viajar en el tiempo hasta mediados de los cincuenta, cuando La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel fue saludada por igual como una película contra la caza de brujas y un alegato anticomunista? Los miserables, el reciente (y excelente) film de Ladj Ly ambientado en un violento 'banlieue' de París, tiene un final parecido al de Joker y, sin embargo, no se han esparcido por las páginas de las revistas y periódicos y por las redes más “inquietas” comentarios sobre si esa apología final del caos es fascista? ¿Va a resultar que el desenlace de Joker, con el villano de la eterna sonrisa y el pelo verde instigando una revuelta callejera no muy distinta a las organizadas tras el caso de violencia policial sobre Rodney King en 1992, puede iniciar un decenio de violencia social? ¿Ya nadie recuerda lo que pasó en Reino Unido después del estreno de La naranja mecánica y cómo su director, Stanley Kubrick, retiró la película de circulación cansado de que dijeran que su filme instigaba a la violencia en las calles? ¿O es una maniobra más de 'marketing' para que vaya más gente a verla, algo posiblemente innecesario porque ya es la película del año más allá de su coronación en Venecia (sorprendente, hay que decirlo, sobre todo con un jurado presidido por la muy íntegra Lucrecia Martel) con el León de Oro? ¿O quizá deberíamos pensar que ese premio no le ha hecho mucho bien, ya que pese a no ser un filme de superhéroes, no deja de pertenecer al ecosistema DC, y que una película sobre el villano más peligroso de Gotham City sea refrendada en uno de los festivales “serios” más importante y tenga a más del setenta por ciento de los críticos (entre los que me incluyo) a favor, no deja de resultar incómodo, vamos, como si El Caballero Oscuro de Christopher Nolan se hubiera presentado a concurso en Cannes y le hubieran dado la Palma de Oro?

Son tantas las preguntas, la mayoría extracinematográficas, y tan rotundas, creo, las respuestas, que todo esto debería ser innecesario. Pero no lo es. Se ha abierto la veda y en tiempos perversos en la sociedad y la política estadounidense, todo, incluida la conversión de un tipo antisocial que solo desea hacer reír a los demás y acaba convertido en villano maquiavélico e instructor de un apocalipsis social, se mira con lupa de aumento. El Joker facturado por Todd Phillips –y por Joaquin Phoenix en un trabajo realmente estupendo y lleno de matices que hereda muchas cosas del de Heath Ledger en El Caballero Oscuro y filtra otras del realizado por Jack Nicholson en el Batman de Tim Burton: nada, por supuesto, del bufonesco César Romero de la teleserie 'kitsch' y 'camp' de los sesenta– es un drama contenido, pese a lo que cuenta y las características estridentes del personaje, sobre la incapacidad de relacionarse y de socializar en un mundo egoísta y violento. Con otra máscara que no fuera la de El Joker, el personaje sería visto quizá de otro modo. Phillips lo ha colocado en una tesitura similar a la del Travis Bickle creado por Scorsese y De Niro –quien repite aquí como mediático 'showman' televisivo– en Taxi Driver, un filme realizado en la época en la que más o menos acontece Joker. No es casualidad. La América hiperbólica de Trump puede reflejarse en aquella (la de Nixon, después la de Reagan) pero con más miedo a lo que verdaderamente puede ocurrir. Joker es un reflejo de muchos tiempos –no olvidemos que fue creado por Bob Kane en plena Segunda Guerra Mundial como némesis de Batman, y que la conciencia oscura del justiciero de Gotham empieza a forjarse cuando las imágenes del filme de Phillips empiezan a declinar– y, sobre todo, un síntoma de nuestro tiempo.