Críticas
3,5
Buena
Infiltrado en el KKKlan

La pancarta que se llevó el viento

por Philipp Engel

La realidad supera a la ficción. ¿Un negro -perdón: afroamericano-, que se infiltra en el KKK? A cualquier guionista se le hubiera mandado a paseo con una propuesta semejante, si no viniera respaldado con un Basado en Hechos Reales tan gordo como las memorias de Ron Stallworth, que Capitán Swing publicará paralelamente al estreno del film con el jocoso título de El miembro negro del Klan. Naturalmente, hay truco. No es que se hiciera un Michael Jackson, que se pusiera en manos de un mago del maquillaje o que a nadie se le ocurriera mirar debajo de la capucha, sino que Ron (interpretado por John David Washington, el hijo de Denzel), primer agente negro de la policía de Colorado Springs, no tuvo problemas en hacerse pasar por blanco al otro lado de la línea telefónica, pero a la hora de la verdad tuvo que mandar en su lugar a un blanco (Adam Driver, judío para más inri), para investigar las actividades del Klan en la zona. Con estos mimbres, un tipo como Spike Lee lo tiene todo para bordar una descacharrante comedia reivindicativa dispuesta a relegar a un segundo lugar el gag de las capuchas de Django desencadenado. Pero el triunfo no es absoluto, la película es casi tan irregular como una carretera secundaria de Misisipi, empezando por el título, tan impronunciable en la V.O. (BlacKkKlansman) como en castellano: ¿Kakaklán?. Si es un chiste, el efecto es limitado.

Menos vitriólica que Déjame salir, del aquí productor Jordan Peele, digámoslo de entrada, Infiltrado en el KKKlan empieza sin embargo muy, muy arriba, con un hilarante publirreportaje del Klan protagonizado por el bueno de Alec Baldwin, el más feroz imitador de Trump, actual presidente que se convertirá en un no tan anacrónico running gag hasta llegar a un epílogo documental que rima con la intro de Malcom X (Spike Lee, 1992): si en el biopic protagonizado por Denzel Washington arrancaba con las perturbadoras imágenes de la paliza a Rodney King, que desencadenaron las revueltas de L.A, el último joint de Spike Lee termina con el episodio de Charlottesville, cuando una mujer fue arrollada por un coche mientras se manifestaba contra los supremacistas, en pie de guerra por la retirada de símbolos confederados del Sur. Entre el divertido falso documental introductorio y el más grave y auténtico de la conclusión, otro punto culminante del film es el momento Harry Belafonte, que nos recuerda a cuando nos sentíamos profundamente culpables por el mero hecho de ser blancos viendo las películas de Sidney Poitier. El armazón ideológico no puede ser más evidente, libre de sutilezas e incluso ocasionalmente desconcertante (cuando se equiparan los gritos de Black Power y White Power en un montaje paralelo): la película clama por su pertinencia en un tiempo en el que el KKK dista de ser un pasado felizmente revocado. Y eso, no se lo vamos a discutir.

El problema de Infiltrados en el KKKlan reside más bien en la irregular mescolanza de géneros. Una mayonesa que no acaba de cuajar. A Lee le cuesta mantener el nivel de comicidad en un terreno tan incómodo, con una anécdota que se percibe como estirada, y trata de compensar los baches con pasables guiños a la blaxploitation, inyecciones de soul train que podrían haber ido a más, y con una Love Story acaso demasiado tópica con la que cuesta muchísimo empatizar. Al mismo tiempo, la tensión afloja frente a lo que parecen villanos de opereta: Ryan EggoldPaul Walter Hauser están tan graciosos que no meten miedo. Y sin embargo, mucho ojo a la composición de Topher Grace como el líder del KKK David Duke, que no ha sido lo suficientemente elogiada, ni subrayada. Parece una exageración. Pero no hay más que chequear una entrevista de Duke colgada en YouTube donde clama contra las “mentiras” del film (además de definirse como un pacífico defensor de la Herencia Blanca, crítico con la política anti humanitaria de Israel etc etc etc), para darse cuenta que el ridículo personaje es así, también, en la triste realidad. Topher Grace borda la carta escondida de una película en la que tampoco falta la inevitable referencia a El nacimiento de una nación (1915), como si esta fuera, al fin, la tardía respuesta, a la adaptación perpetrada por D.W. Griffith de la novela The Clansman, de Thomas Dixon Jr (ahora el título se entiende mejor). Y así queda la cosa: El film de Griffith, que marcó el inicio de la hegemonía de Hollywood en el mundo, sigue generando polémica un siglo después de su estreno, y pasa por un clásico a pesar de su ideología abyecta (como El triunfo de la voluntad), mientras que Infiltrados en el KKKlan está más cerca de ser un espectáculo entretenido con mensaje que una de las mejores películas de Spike Lee. Casi una pancarta con caricaturas, olvidada después de una manifestación. De las que se lleva el viento.