Ladridos de pánico
por Marcos GandíaLo fácil, lo que todo el mundo hizo (hicimos) debido a la velocidad del día a día (hora a hora; tuit a tuit) de un festival de cine tan abigarrado como es el de Sitges, era comparar, encasillar y valorar a esta ópera prima de José Luis Montesinos con Cujo, aquel tenso ejercicio de estilo del hoy ya olvidado Lewis Teague dentro del universo literario de Stephen King. Un perro con malas pulgas acechando a una mujer y su hijo de corta edad, la mayor parte del metraje del ejemplar film ochentero enclaustrados en un coche. Montesinos no reniega para nada de la influencia del escritor de Maine (¿quién es capaz de decir que no ha estado o estará influenciado alguna vez? Misión imposible), y es obvio que si resumimos en un titular Cuerdas tendríamos lo de joven tetrapléjica atrapada en su casa al albur de un chucho muy cabreado y letal. Sin embargo, hay más de los personajes (femeninos en muchas ocasiones) de Stephen King que se encuentran solos ante lo desconocido o ante una adversidad terrible que de la misma anécdota de Cujo. El ataque, elaborado, milimétricamente desarrollado y ejecutado por el can (quien se diría pariente de los míticos de El clan de los doberman y secuelas, o de Solo matan a su dueño), pero mucho más por el no menos diseñado guión y dirección del largometraje, es solamente la excusa, el macguffin (que dirían Hitchcock y sus acólitos) para que la protagonista, triplemente confinada en su discapacidad física, el caserón donde le sorprende el ataque y los traumas personales y psicológicos que arrastra, se enfrente a sus miedos y terrores. Y a lo grande.
De la misma manera que esta superviviente y heroína (una verdaderamente espléndida Paula del Río) debe vencer a esos demonios corporeizados en un cánido cabroncete, Cuerdas resiste, inventa, saca petróleo de sus limitaciones, y consigue ofrecer un vistoso producto que no tiene nada que envidiar a (por seguir con el ejemplo) Cujo o a Sola en la oscuridad. Montesinos planifica y ejecuta cada secuencia de la misma manera que el personaje de Paula del Río ha de enfrentarse a alguna de las artimañas casi de MacGyver del perro de marras: como un reto (lo que es debutar en el cine; en el cine español más si cabe). Virtuosismo en los movimientos de cámara en ese espacio reducido y en la progresiva reducción del conflicto a un duelo íntimo y personal, a una catarsis que el director resuelve con un plano que vale casi por toda la película.