Críticas
4,0
Muy buena
La Trinchera Infinita

El hombre atrapado

por Marcos Gandía

Resulta curioso que mientras se retransmite en directo por las televisiones una exhumación en irónico fondo de estado, una película como la excelente La trinchera infinita nos pase por la cara de la desmemoria histórica que todavía hay muchos esqueletos en armarios, muchos muertos en las cunetas y fosas comunes y mucho, pero mucho miedo en todo un país como esta España nuestra (que como dijo Machado iba a rompernos el corazón) que sigue enterrada y sumida en la oscuridad. Por descontado que todos somos ese Higinio del film de los autores de Loreak y Handia, asimismo cuentos crueles con la muerte, el peso del tiempo y el odio tan caros a los españolitos presentes. Cual Rapunzel sin nada más principesco recluido en un zulo, viendo pasar la vida desde el temor y el desconocimiento, incluso desde el egoísmo y la rabia (de cómo la víctima asume rasgos de su verdugo, uno de esos detalles que enriquecen esta historia de un topo de la guerra civil), Higinio no deja de ser España, todavía con el peso de la culpa y el estigma de la violencia sumiéndose sobre ella. Y todos somos Rosa (Belén Cuesta consigue una verdadera creación con este papel), esa otra víctima indirecta de ese enclaustramiento, de ese terror a la luz de un exterior que jamás vislumbramos seguro.

No obstante, no es solamente este componente metafórico y político que jamás intentan ocultar los guionistas y directores lo mejor de La trinchera infinita, sino su lograda vocación de utilizar los mecanismos del cine de género para engrandecer el mensaje, algo que ya estaba (el aspecto de cuento de hadas) en los dos films previos de esta cuadrilla de autores. Del evidente guiño al survival bélico que acompaña todo el frenético arranque en plena razzia en el pueblo de los protagonistas y que no desmerece al de las secuencias de los judíos tratando de esconderse en el gueto ocupado y masacrado en La lista de Schindler, hasta el no menos prístino del terror puro con esa minuciosa y claustrofóbica disección de las horas, días, semanas, meses y años perdidos de alguien en un sótano envuelto en las tinieblas. Ni el Poe (con el plácet cinematográfico de Richard Matheson, Roger Corman y Ray Milland) de los entierros en vida habría hecho que sintiéramos ese miedo físico, moral, espiritual, sentimental, vital… tan bien como aquí, en La trinchera infinita. Un encierro que va más allá del zulo y se traslada a toda la villa, toda la comarca y toda la nación. Un encierro que es interior, y que la película explora como Carlos Saura exploraba La noche oscura de San Juan de la Cruz, otro inusitado film de terror aunque no lo parezca.

Termino con una curiosidad. Vistas con muy poco espacio de tiempo de diferencia entre ellas, tanto La trinchera infinita como la notable Zombi Child de Bertrand Bonello hablan a su manera (extremadamente politizada) de eso tan metafísico (o físico) que es ser un muerto en vida. Higinio y el haitiano convertido en zombi tienen mucho en común, uno atrapado en las sombras y el otro en una vida ensombrecida fuera de una tumba que se traslada al exterior. Coincidencias que a quien esto escribe le hacen sentirse feliz ante las infinitas fronteras o trincheras a romper con la creación cinematográfica.