Continuidad de los parques
por Carlos LosillaSupe por primera vez de María Antón Cabot al ver Pas à Genève, una extraña película en la que participó como miembro de lacasinegra, el colectivo del que en aquel momento también formaban parte Elena López Riera, Gabriel Azorín y Carlos Pardo. En aquella no ficción marciana y estrafalaria, donde todos ellos se perdían en un bosque cercano a Ginebra con el fin de dar a verlo de otra manera, así como para exponerse a sí mismos a una performance a medio camino entre John Boorman y Michelangelo Antonioni, entre Deliverance y Blow Up, Cabot parecía tan perpleja como todos los demás, en busca de algo que estaba mucho más allá de aquellos árboles. Pasado el tiempo, aunque no mucho, López Riera empezó a triunfar en los más importantes festivales internacionales con cortos igualmente raros y distanciados, de Pueblo a Las vísceras pasando por Los que desean, mientras que Azorín se atrevía incluso con el largometraje, con Los mutantes, y Pardo se consolidaba como el productor del grupo, sobre todo con cortos ajenos como Mudanza contemporánea, de Teo Guillem, o Violeta+Guillermo, de Oscar Vincentelli. Cabot, por su parte, reaparece ahora con <3, precisamente producida por Pardo y un experimento que parece prolongar la leve trama de Pas à Genève: aquel bosque foráneo se ha convertido en el Retiro madrileño y el cruce da lugar a una provocación en toda regla, una investigación sobre lo que significa el amor y el sexo para las nuevas generaciones, esas que retozan sobre la hierba del parque sin perder nunca de vista sus móviles… ni tampoco, ay, una ausencia de futuro cada vez más acuciante.
En efecto, <3 es a la vez un documental a modo de encuesta y un poema lírico sobre los nuevos usos amorosos. Ocurre, sin embargo, que ambos se dan a ver de una manera esquinada, esquiva, casi involuntaria. El equipo de la película se planta en el parque madrileño y empieza a abordar a chicos y chicas, a los que inquiere sobre lo que piensan acerca de ese sentimiento estremecedor que nos lleva al otro, y la otra, sin demasiadas certezas sobre lo que ocurrirá pero con un desbordamiento del deseo que a veces se oculta, a veces se muestra sin pudor y, sobre todo ahora, a veces se plasma en una pantalla de plasma mediante signos extraños, como ese “pico 3” que significa “amor” y que abre o cierra muchas conversaciones idealizadas en un pequeño dispositivo en el que se depositan tantas y tantas esperanzas. Olvidémonos de los viejos discursos, de esa concepción del amor según la cual nada ha cambiado desde el Romanticismo decimonónico, pues es indudable que las nuevas formas de comunicación están aportando un plus de intriga, también de ternura tecnológica, a lo que antes eran simples conversaciones a la luz del crepúsculo. Ahora esa luz permanece, claro está, pero mezclada con la de la pantalla que refulge ante rostros igualmente ilusionados, aunque también más escépticos frente al futuro de eso que se revela cada vez más efímero. ¿Adónde ir con el amor en tiempos de crisis? ¿No será ese parque casi cortazariano de la película de Cabot el único territorio posible para su puesta en marcha? ¿Y no se tratará de algo que no puede salir de ahí, como tampoco de las conversaciones virtuales que genera?
Y, sin embargo, la película de Cabot es hermosa y resplandeciente, proyecta una luz esperanzada sobre esos cuerpos jóvenes que contestan a sus preguntas tendidos en la hierba, como si no hubiera un mañana. Pues, efectivamente, puede que no lo haya, pero a ellos les da lo mismo, pues lo que cuenta es el presente. <3 se estructura a la manera de una investigación sociológica, e incluso podría ser uno de esos reportajes televisivos que intentan dar cuenta –casi siempre vanamente— de lo que piensan los jóvenes, ese concepto tan etéreo, tan falso, tan inaprensible. Pero Cabot y sus colaboradores convierten ese punto de partida en una película vibrante, divertida, que sabe incluso crear personajes a partir de los muchachos y muchachas que se sitúan antes la cámara: Andrea, la que termina erigiéndose en improvisada portavoz, demuestra con sus parlamentos que las nuevas generaciones están tan acostumbradas a la creación de un público cautivo a través de las redes sociales que acaban haciendo lo mismo en el cine, lo cual no se sabe si es bueno o malo. No se sabe tampoco si a Cabot le importa mucho, pues la parte final de su película se desentiende de todo eso para centrarse en el modo en que ese parque acaba desapareciendo, metafóricamente, en el imaginario de la propia película, se funde en el atardecer y sugiere así que lo importante no es el discurso, ni siquiera el de Andrea, sino la imagen. Si quieren saber cómo un documental aparentemente improvisado termina convirtiéndose en algo cercano al videoarte, o de qué manera ese mismo impulso experimental termina de dar forma a un coming of age que parece la deconstrucción de una comedia juvenil, no se pierdan <3 por nada del mundo, seguramente una de las mejores películas españolas de este año.