Críticas
3,0
Entretenida
Belfast

Don’t look back in anger

por Alejandro G.Calvo

Tras años poniendo su talento al servicio del mejor postor -la lista es interminable: Thor, Cenicienta, Jack Ryan: Operación sombra, Asesinato en el Orient Express, Artemis Fowl…- el realizador, guionista e intérprete Kenneth Branagh, regresa con Belfast a escribir su primer material original desde que en 2006 adaptara su último Shakespeare en la injustamente ninguneada La flauta mágica.

El cineasta, nacido en Belfast (Irlanda del Norte), se aboca así a su película más personal en décadas, en un ejercicio cinematográfico muy similar al que realizara Alfonso Cuarón en su deliciosa Roma: Branagh traza en Belfast una autobiografía con aroma de realismo mágico su infancia en un belicoso barrio de la ciudad protagonista, cuando el IRA empezaba a cobrar fuerza mediante el enfrentamiento entre vecinos, amigos y familiares, según el credo religioso del que formaran parte (protestantes o católicos, ya se sabe).

La memoria de la infancia se pone en escena en Belfast con una pluscuamperfecta composición de cada plano, fotografiados en blanco y negro por el operador chipriota Haris Zambarloukos (fiel colaborador de Branagh desde los tiempos de Thor), buscando de forma agotadora exprimir la máxima belleza posible en cada imagen, en cada movimiento de cámara, en cada contraste de luz y sombra. Es tan bonita de ver Belfast que es inevitable plantearse la razón de todo ello.

Es evidente que como toda la narración va vehiculada de la mano del niño protagonista (Jude Hill) todo la película cobra un tono naïf algo cargante aunque también habitual de quién deposita la mirada por primera vez en cosas que no acaba de entender. Curiosamente funciona mucho mejor la fascinación que tiene el joven por las artes: magnífico que vea en TV .El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford, pero también en cine Solo ante el peligro de Fred Zinneman y Chitty Chitty Bang Bang de Ken Hughes (cuyo juego de color frente a B/N refleja de forma tan impresionante como cursi la fascinación naciente del pequeño Branagh frente al poder de la imagen cinematográfica). Además los fans de Marvel aplaudirán cuando vean al protagonista leer un cómic de Thor.

Con todos sus aciertos, Belfast, que apunta a ser pirámide en la temporada de premios (ya cuenta con siete nominaciones a los Oscar incluida la categoría de mejor película, mejor director o mejor guion), presenta también desajustes: la belleza de cada plano -a veces parece copiar a La cinta blanca de Michael Haneke- no suele venir acompañada de una razón dramática que la justifique. No debería ser un problema en sí, si no fuera porque se desequilibra demasiado el peso entre lo que se quiere contar y cómo se quiere contar.

El mejor ejemplo de ello lo tenemos en una secuencia que, sí, es una maravilla: el momento de canción más baile hacia el final de la cinta donde la familia parece celebrar el fin de su sufrimiento de una forma lúdica bellísimamente fotografiada. ¿Pero tiene sentido dramático dicha secuencia? ¡Si acaban de venir de un entierro! ¿Por qué están tan contentos? Sé que se me puede tachar de exégeta al requerir algo de sentido a la imagen y tampoco descarto estar equivocado, pero lo cierto es que al final en Belfast me parece que se premia más a la película por su envoltorio que por el contenido.

Quizás sea por lo desmesuradamente romántico que se pone Branagh, quizás porque frente a la gravedad de los hechos que envuelven la narración estos nunca acaban por calar como deberían o quizás es simplemente que el director quería dar forma a su memoria de la mejor forma posible sin herir sensibilidades de ningún tipo (la película está dedicada a todos los que sufrieron el horror de la violencia segregacionista) y yo no he sabido entrar en esa poética como debería. De ser así, no tendré problema en pedir disculpas

DE QUÉ VA BELFAST

Belfast, 1969: Buddy, un niño de clase obrera del norte de Belfast se siente feliz, amado y seguro. Su mundo es todo vida y diversión en las calles de una comunidad familiar que permanece unida. Donde todos sus familiares viven en la misma calle y es imposible perderse, porque todo el mundo se conoce.

Pero, cuando los años sesenta tocan su fin, un caluroso mes de agosto convierte los sueños de de Buddy en una pesadilla. El descontento social acumulado de pronto estalla en la propia calle de este niño y la situación se intensifica rápidamente. Primero, un ataque enmascarado, luego disturbios y, por último, un conflicto que se extiende por toda la ciudad, avivando las llamas más allá de la capital. Católicos contra protestantes, los que hasta hace un instante eran vecinos cordiales y amorosos, se convierten de pronto en enemigos mortales. Y la infancia de Buddy atrapada en medio de todo ello.