Tesoro oculto
por Quim CasasNo se acostumbran a estilar estas conmemoraciones, y menos aún con el cine español, aunque se trate de filmes de ineludible prestigio o que arrastren la categoría de malditos. El mundo sigue cumple cincuenta años desde que se estrenó de manera prácticamente clandestina en Bilbao. Cinco décadas después de aquel 10 de julio de 1965 llega de nuevo a las salas una de las obras cumbre de la mejor época de Fernando Fernán Gómez tras la cámara. Estaban Bardem y Berlanga, y el Buñuel de Viridiana, el Ferreri de la trilogía española, las metáforas combativas (pero hoy algo envejecidas) de Saura, la Escuela de Barcelona con sus filigranas estéticas y narrativas, los ditirambos de Gonzalo Suárez, la vanguardia arcaica de Val del Omar, los juguetes rotos de Summers y el cine mesetario representando por Martín Patino o Picazo. Pero sobre todo, desde finales de los cincuenta hasta bien entrados los sesenta, estaba Fernán Gómez: el díptico formado por La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), El mundo sigue (rodada en 1963 pero estrenada dos años después) y otro filme maldito, El extraño viaje (1964, estrenado en 1969), así lo demuestran.
El mundo sigue está considerada una película negra, pero en una entrevista de Jesús Angulo y Francisco Llinás incluida en el libro “Fernando Fernán Gómez, el hombre que quiso ser Jackie Cooper” (1993), el director prefiere considerarla “un melodrama sentimental, lo que hoy hubiera llamado un culebrón”. Y claro, en 1963, 1965 o 1969, eso, y más si estaba tratado con distancia casi brechtiana, era carne de fracaso comercial, porque la actitud de los personajes no está dibujada como la gente esperaba (y espera), no hay héroes y malvados en el sentido más clásico del término y la buscada ambigüedad preside las relaciones y las situaciones límite.
Producida por Juan Estelrich, director de la posterior El anacoreta (1976), relato negro y misógino protagonizado por Fernán Gómez, El mundo sigue revela una atractiva tensión interna entre las intenciones del autor y las reglas básicas del melodrama desaforado. Todo es estridente y al mismo tiempo controlado en esta historia de una familia madrileña formada por una esposa abnegada, un marido autoritario preocupado tan solo por las quinielas, un hijo beato y dos hijas que rivalizan entre ellas constantemente. Un drama que asume el estereotipo y no deja títere con cabeza, mísero y desalentador (rivalidad fratricida y suicido incluidos), un filme valiente por lo que relata y por su opción estética –la aparente línea clara y costumbrista del melodrama español– que podría salir hoy mismo de su malditismo para poner en su sitio memorables y castigadas páginas del cine español.
A favor: las características del melodrama (culebrón) elevadas a la enésima potencia.
En contra: que hay tardado cincuenta años en volver a una sala.