Críticas
3,5
Buena
Drácula de Bram Stoker

La mirada de Coppola

por Israel Paredes

Tras finalizar la década de 1980 con títulos como 'Jardines de piedra' o 'Tucker', películas notables pero sin la fortuna de sus predecesoras directas, como 'La ley de la calle' o 'Cotton Club', por ejemplo, Francis Ford Coppola recupera su lugar en la escena cinematográfica a comienzos de 1990 con 'El padrino III'. Aunque nada que ver con las dos anteriores, el cierre a la trilogía recuperaba no solo al cineasta, sino también el aroma de un cine casi de otra época, sitúa a Coppola de nuevo en una buena posición y puede enfrentarse a un proyecto que acariciaba desde hacia tiempo. Ambicioso y desmesurado como pocos directores, Coppola asume que es el momento de hacer su personal versión de la novela de Bram Stoker, 'Drácula de Bram Stoker'. La idea es realizar no solo una película muy personal (de autor comercial, podríamos decir) sino también la adaptación más fiel (y, por ende, definitiva) de la novela (un par de años después el propio Coppola produciría Frankenstein de Mary Shelley bajo el mismo ideario).

El resultado de 'Drácula de Bram Stoker' (que, quizá, debería cambiarse el nombre del escritor por el de Coppola...) es irregular aunque estimulante. No cabe duda de la capacidad del cineasta norteamericano para la creación de un espacio visual propio aunque basado en un sinfín de referencias que, quizá, al final, acaben anulando en cierto modo su propio trabajo. Coppola demuestra que es tan ambicioso como visionario, aunque ese cuidado visual, casi artesanal en muchos momentos, acabe cayendo a causa del tono. Si bien la película, en su primera mitad, resulta magnífica (todo lo acaecido antes y durante la estancia de Jonathan Harker (Keanu Reeves) en el castillo del conde), cuando Drácula (Gary Oldman) marcha hacia Inglaterra, todo cambia. Una mala lectura, y muy trasnochada, de lo que fue el período romántico y su espíritu se apodera de la película y la encamina hacia una ñoñería en determinados momentos insoportable. Y aun así, el cineasta es capaz de transmitir la sensación de que cada imagen, cada plano, cada encuadre, está minuciosamente trabajado. Pero falla en su acercamiento al texto, en el tono, en un exceso emocional casi adolescente. Todo el aire siniestro y sórdido del prólogo y la primera mitad se evaporan en aras de una narración en la que el sentimentalismo más barato se acaba imponiendo a los elementos de terror para, finalmente, dejar la sensación de que Coppola podría haber hecho muchísimo más. Aunque, pasados los años, debe reconocerse que el cineasta tenía mucha más inventiva visual que la gran mayoría de directores del momento.

A favor: El prólogo y la primera parte; la música, casi todos los actores y la gran dirección artística.

En contra: El romanticismo mal entendido y la segunda parte.