Críticas
4,5
Imprescindible
Terminator 2: El juicio final

Sayonara baby

por Xavi Sánchez Pons

Ahora nadie lo recuerda pero Terminator 2: El juicio final fue un blockbuster veraniego que en España llegó a los cines en invierno. Un poco a la inversa de lo que pasaba con los episodios navideños de Cosas de casa, que por aquí los veíamos en agosto, dándoles una cualidad casi psicotrópica. En 1991 pocas eran las películas comerciales con estrenos mundiales simultáneos, y tocaba comerse las uñas contando los meses hasta su llegada. Con la segunda parte de Terminator la espera fue especialmente dura: la expectación provocada por un Cameron que llegaba en plena forma y con total libertad creativa tras Aliens: El regreso y Abyss, y el hecho de recuperar el personaje que convirtió en un icono pop a Arnold Schwarzenegger, justificaban los deseos de verla cuanto antes. Y bien, como ya sabrán los lectores de esta página, el director de Avatar no defraudó. Terminator 2: El juicio final se adelantó a Parque Jurásico en eso del CGI revolucionario como truco de magia; el inolvidable T-1000 de Robert Patrick capaz de recomponerse como el mercurio, metamorfosearse a voluntad y atravesar rejas como si nada; un secuencia, esta última, que hoy puede parecer una tontería pero que, ojo, te dejaba con la boca abierta en diciembre de 1991.

Ahora bien, el juguetito de presupuesto millonario de Cameron (102 millones, poca broma) que volvía a reivindicar la serie b de ciencia ficción más festiva, tenía vida más allá del gimmick tecnológico; expandió el universo de la franquicia de forma inteligente y, al mismo tiempo, elevó el sentido del espectáculo. Con un simple ardid de guion, convertir al malvado Terminator de la primera parte en el héroe de la segunda, consiguió un pathos memorable que nos hizo llorar a moco tendido por un personaje que solo siete años antes habíamos odiado y temido.

La química y la relación paterno-filial entre Schwarzenegger y un Edward Furlong proto-grunge aún se mantiene intacta, así como la torturada personalidad de una Linda Hamilton creíble en su rol de survivalista obsesionada con el apocalipsis de Skynet y su legión de máquinas. Lo mismo se puede decir de las escenas de acción –la persecución por el canal de Los Angeles aun le deja a uno ojiplático-, que han envejecido de lujo, abogando por una mezcla de especialistas de acción y retoques digitales que siguen otorgando autenticidad y calidez al conjunto.

Terminator 2: El juicio final significó el encumbramiento definitivo de Cameron como innovador y pope del cine palomitero. Y no es para menos. Es una secuela modélica que superó en todas las facetas a su predecesora, poniendo en duda eso de que las segundas partes nunca fueron buenas.

A favor: El homenaje a Guns N’ Roses y su corazón aventurero de cine de barrio.

En contra: Es tan buena que ninguna de las secuelas posteriores ha estado a la altura.