Enredos inmobiliarios
por Diana AlbizuLa película que abrió la serie de las Cuatro Estaciones en la filmografía de Eric Rohmer hace presente en su propia paleta cromática (con fotografía por vez primera de Luc Pagès, que sólo volverá a colaborar con Rohmer en la posterior 'Cuento de invierno') los cambios de color que el mismo paisaje primaveral puede experimentar: del marrón azulado del frío al verde de la naturaleza y rojo de la fruta madura. Todo para contar uno de los habituales enredos rohmerianos en los que los personajes siempre intentan verbalizar(se) las razones detrás de sus comportamientos y anhelos pero terminan estando más condicionados por acciones que por palabras.
Es el caso de Natacha, vampirizadora absoluta de cualquier situación con su verborrea y pretensiones de directora de orquesta, o de Jeanne, nómada de piso en piso siempre con una excusa lista en la boca. Aunque parezca que todos los personajes viven en unas vacaciones permanentes, cuando se sientan a charlar o comer, el supuesto momento de mayor distensión termina transformándose siempre en el pretexto para sacar a la luz los pequeños conflictos que los protagonistas guardan en su interior. Igual que de la desaparición de collar se puede hacer un mundo, lo cotidiano muta (¿o florece?) hasta revelar múltiples capas que sacan a la luz los traumas autoimpuestos con los que tiene que lidiar cada uno.
A favor: Los momentos de pura comedia de enredo, como cuando Jeanne está en la ducha y llega el padre de Natacha.
En contra: Hay que amar el cine de Rohmer para poder convivir con sus irritantes personajes.