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Una vez más, Bardem se mete en la piel de un personaje muy particular, con grandes contradicciones en su interior y habitante de un submundo tan inquietante como inestable. Y una vez más, lo borda. Eduard Fernández, en los primeros planos casi irreconocible, realiza también un gran trabajo en una película cuya única pega es la de estar un tanto pasada de metraje. Por lo demás aúna crítica social con complicadas tramas familiares pasadas siempre por ese tamiz visual sucio y premeditadamente desagradable tan típico de Iñárritu. Como guinda, o como piedra de toque, un aire fantástico y hasta terrorífico inunda de cuando en cuando la película, aportando algo nuevo y más poético y evocador que deja al espectador pensando.