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Es la mejor oferta cinematográfica del verano. Un impecable Geoffrey Rush que trata de encontrar un universo emocional que le ha sido negado durante toda su vida, secundado por un excelente Donald Shuterland, al que echo un poco más en falta para armar el tercer acto, quizá el único defecto de esta película ciertamente impecable que habla de tratantes de artes, de falsificación, y de los falsificadores de los falsificadores. En esta película no se dispara un solo tiro, pero la intriga te tiene atrapado hasta el final. ¡Y se entiende! Señores, una medalla por el cine sencillo, que no simple.