No hay duda: Walt Disney Studios es uno de los grandes estudios que dominan la industria cinematográfica y, con la plataforma de 'streaming' Disney+ funcionando a todo gas y con las productoras Pixar, Marvel, Lucasfil, 20th Century Fox y la propia Disney bajo su ala, a nadie se le ocurriría pensar que hubo un tiempo en que la compañía estuvo en serio peligro de quiebra. Pero así fue.
A raíz de la muerte de su fundador, Walt Disney, en 1966, Disney tuvo que lidiar con series problemas como estudio durante nada más y nada menos que casi dos décadas. El fallecimiento del pionero empresario fue un severo golpe para la compañía, que al principio pudo salir adelante de la mano de los proyectos que Walt ya había dejado encaminados en vida, como El libro de la selva (1967), pero que, a principios de los años 70 comenzó a notar un declive a consecuencia de la ausencia del que había sido su principal genio creativo.
En ese periodo las películas animadas que se estrenaron fueron las no poco famosas Robin Hood (1973) o Los Aristogatos (1970), que aunque en absoluto fueron malas películas, resultaron ser trabajos de lo más sobrios en comparación con lo innovador de la mayoría de sus predecesoras, que habían sido auténticos clásicos: La dama y el vagabundo, La bella durmiente, 101 Dálmatas... De hecho, tanto es así que es poco habitual encontrar alguno de los "clásicos Disney" estrenados durante los 70-80 entre los tops: Tod y Toby, Los Rescatadores, Basil el ratón superdetective, Oliver y su pandilla... No exageramos si los señalamos como los más olvidables.
Mientras, por suerte, las películas familiares de acción en vivo estaban funcionando mucho mejor, lo que ayudó a mantener con vida la compañía. Pero, sobre todo con el ascenso de las superproducciones, de la mano de grandes maestros como Steven Spielberg y George Lucas, el futuro de Disney era cuestión de tiempo y la solución pasaba por restaurar su prestigio y dejar atrás para siempre los productos mediocres de su brazo de animación. De hecho, no es un secreto que los altos mandos estuvieron realmente cerca de cerrar el legendario estudio de animación.
Sin embargo, tras el desastre de Taron y el caldero mágico en 1985 el director John Clements tuvo claro que el enfoque para el siguiente intento tenía que ser un regreso a lo básico. Un cuento de hadas musical que acabó convirtiéndose en la adaptación del cuento de Hans Christian Andersen La Sirenita, una idea que el propio Walt Disney ya había venido considerando durante décadas. Treinta años antes de morir.
Para llevar a cabo la nueva película, Clements y el director del estudio, Jeffrey Katzenberg, se decantaron por poner toda la carne en el asador. Tenían claro que querían un estilo Broadway, por lo que contrataron a varios compositores de éxitos, y también se atrevieron a volver a innovar. El presupuesto de La Sirenita fue mucho más alto que cualquiera de las anteriores películas, pero también supuso la mayor animación de efectos especiales para un largometraje animado de Disney.
Y el éxito fue arrollador. Con una recaudación de más de 200 millones en 1989, La Sirenita se convirtió en el primer éxito en taquilla de la compañía en las últimas dos décadas y, con una increíble acogida entre público y crítica, restauró su prestigio, dando lugar en última instancia a una de las mejores etapas de la historia de Disney protagonizada por los estrenos de La bella y la bestia, Aladdin, El rey león o Pocahontas.