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    Una de las películas más polémicas de los últimos años llega a los cines de la mano de Filmin
    Antonio Bret
    Antonio Bret
    -Redactor
    Amante del cine desde que salió del útero materno y de la escritura desde que tuvo uso de razón. Ambas pasiones mezcladas construyeron un personaje que a veces ni él mismo se soporta

    El díptico 'Rimini/Sparta' del austriaco Ulrich Seidl son dos películas no aptas para todos los estómagos

    Hoy 24 de marzo llegan a España, de manera simultánea, las dos últimas películas de Ulrich Seidl, una voz habitual dentro de los circuitos del antiguamente llamado arte y ensayo y que ahora preferimos llamar ‘cine de autor’. Sin embargo, lo de Seidl va un poco más allá de cualquier intención artística que se le presupone a cualquier película ‘de autor’. Las películas del austriaco Ulrich Seidl, como lo de coetáneos suyos como Michael Haneke o Lars Von Trier, intentan llevar al espectador a reflexionar acerca de cosas de las que huye, romper tabúes e incomodar. Incomodar mucho.

    La mercantilización del sexo en Import/Export o Paraíso: Amor; la religión como instrumento de represión en Paraíso: fe. Documentales que sacaban a relucir (literalmente) la cara oculta de su Austria natal en En el sótano; la explotación y la barbarie de los safaris en Safari; la humanización obscena de las mascotas Animal Love… Digamos que lo de Seidl no es hacer amigos. ¿Cómo encaja su cine en los tiempos que corren, donde tener un altavoz supone poder recibir, a sí mismo, los comentarios enfebrecidos de quien recibe el mensaje?

    Sparta te golpea sin mostrar nada explícito

    Filmin

    Pues, a la vista de sus últimas dos obras, Rimini y Sparta (ambas forman parte de un díptico en el que hay personajes que se repiten), a Seidl le da un poco igual lo que digan de él, incluso si sus obras tienen consecuencias funestas. Concretamente, Sparta ha sido la perjudicada: una obra extremadamente incómoda, no solo de ver, sino también incluso de analizar, que trata el tema de la pedofilia, uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad.

    En Sparta asistimos a la historia de Ewald, un hombre que, aparentemente, lleva una vida de lo más normal, con una atractiva novia camarera y un trabajo en una central nuclear. Sin embargo, algo no va bien. No siente deseo sexual hacia su pareja, aunque lo intenta desesperadamente, y solo parece encontrar la comodidad rodeado de niños. Y él sabe que esto no está bien y lo evita, pero, al final, no puede.

    Es entonces cuando, bajo la excusa de cuidar de su padre, un anciano con demencia, concretamente exnazi, se despide de su novia y se asienta en un pueblo cuya escuela está abandonada. La restaura y decide anunciarse entre los padres de los niños del pueblo como profesor de judo.

    Como decía, es muy incómodo hablar de una película como Sparta porque no toma partido ante un tema tan peliagudo como es el de la pedofilia. Seidl evita en todo momento juzgar a su personaje, evitando recursos fáciles como la música o los planos cortos. Todo en Sparta es tremendamente aséptico, la cámara se mueve en ocasiones contadas y todo es de un rigor formal que agobia y desespera. Si esto lo unimos a sus localizaciones, pueblos desfavorecidos y grises de Rumania, pocos asideros emocionales vamos a tener.

    Seidl incluso se atreve a ir más allá y, polémicas aparte donde, recordemos, no ha habido denuncia impuesta (los padres de los niños actores aseguraron que nunca fueron informados de la naturaleza del personaje protagonista), retrata a los familiares de los niños de la película como maltratadores, sobre todo los padres. Las madres son retratadas como meras marionetas ensombrecidas por el poder masculino y ellos como tiranos que no dudan en asesinar a la mascota de su hijo para enseñarles mezquindad (literalmente) e, incluso, obligarles a beber alcohol para que ‘se hagan hombres’ y no ‘sean unas nenas’.

    Pedofilia, maltrato, machismo, crueldad animal, alcoholismo… Hay voces críticas que tachan a Seidl de forzar su postura provocativa realizando una obscena comparación entre las actitudes de los dos hombres principales descritos en Sparta. Porque el personaje de Ewald, aunque pedófilo, es extremadamente sensible. En la película no vemos abuso alguno, más allá de fotos hechas a los niños en posturas aparentemente inocentes. Incluso se alarma cuando ve a uno de los pequeños con evidentes signos de haber maltratado. Ellos, incluso, prefieren estar con Ewald antes que con sus padres.

    ¿Cómo afronta uno la visión de una película en la que, aparentemente, intenta hacerte que te caiga bien un pedófilo? Este es, sin duda, el análisis más superficial que se puede hacer a una propuesta tan áspera e inusual como Sparta. Porque Seidl, más que pretender hacer que sientas simpatía o compasión por Ewald, simplemente nos advierte de que estas personas existen y no por ignorarlas van a desaparecer. Y que, en general, llámense pedófilos o maltratadores, los hombres parece que tenemos un serio problema. La intención de Seidl no es buscar una solución, sino, simplemente, recordarte que los monstruos no existen.

    A Sparta le precede Rimini, ganadora de la Mejor Película en la Sección Aibar del Festival de Gijón de 2022. En ella se cuenta la historia del hermano de Ewald, Richie Bravo, un antiguo cantante del género Schlager caído en desgracia. Filmin ha distribuido ambas películas, que podían ser estrenadas en un pase doble o por separado. Actualmente, muy pocas salas en España ofrecen el díptico. No me atrevo a recomendaros Sparta y aún tengo pendiente ver Rimini. Pero al cine de Seidl siempre hay que ir con precaución. Avisados estáis.

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