No para(n), no para(n), no para(n). Así, con el conocido meme de Mila Ximénez durante su paso por Gran Hermano comienzo este artículo. Y no es para menos, porque vaya turra lleva soportada Meg Ryan a lo largo de los años.
La actriz se hizo famosa mundialmente al entrar a finales de los 80 y principios de los 90 en ese grupo de intérpretes escogidas que se convertían en las favoritas de las comedias románticas, puesto que han ocupado también Jennifer Aniston, Julia Roberts, por supuesto, Kate Hudson o Kate Bosworth entre otras.
Sin embargo, hubo un momento en que la fiebre por Ryan, madre del "nepobaby" Jack Quaid, prota de The Boys que debutó como actor en Los Juegos del Hambre, desapareció del "show business", o al menos pasó a un segundo plano. Su último trabajo delante de las cámaras fue ya hace varios años y sin duda se encuentra alejada de todo el glamour, de cartón piedra a veces, que vemos en las alfombras rojas.
No obstante, cada vez que su nombre sale a la palestra se suele asociar con un tema: sus supuestas operaciones estéticas. ¿Tendrá Meg Ryan una trayectoria lo suficientemente dilatada como para que tengamos que andarnos con esas? Pues sí, parece que sí, porque hace unos días hizo acto de presencia en el estreno de la película autobiográfica de Michael J. Fox y no se habla de otra cosa respecto a su persona desde entonces.
Ya hace años que comenzó esta conversación y muchas personas aludieron a estos supuestos retoques como motivo por el que la actriz habría dejado de trabajar de forma tan prolífica, porque claro, el bótox había congelado su expresión facial y no podía encarnar papel alguno. Y la risa que a mí me da, porque cantidad de actores, en masculino, también pasan por el quirófano y no se comenta, ni se demoniza, de forma tan encarnizada. Quizás el caso más sonado de los últimos años haya sido el de Zac Efron, al que también le cayó una curiosa y que acaba de transformar su cuerpo de nuevo para su siguiente film.
En cualquier caso, el hecho de que la actriz haya pasado o no por el quirófano o la camilla de turno es solamente asunto suyo. Lo verdaderamente notable es que las mujeres en general, y en su profesión en particular, estemos prácticamente obligadas por la sociedad a envejecer de forma perfecta y elegante, sin perder un ápice de nuestra esencia y, por supuesto, si decidimos hacernos algún retoque, ¡que no se nos ocurra que se note! Porque claro, al igual que el inevitable paso de los años, este también es motivo para descalificarnos profesionalmente.
Hollywood es un mundo muy curioso y a la vez un reflejo muy evidente de los lastres con los que cargamos como sociedad: desde el #MeToo, hasta el abuso de sustancias, pasando por temas como este sobre el que escribo hoy.
Cuando un personaje tiene una edad adolescente, los actores que se seleccionan para esos papeles tienen varios años más de los que interpretan, ya sea por una cuestión de protección o porque también interesa vender una imagen irreal y sexualizada de esa parte de la población, algo que acaba influyendo en los jóvenes. Y cuando esas mismas personas van creciendo, se ven abocadas a ejercer de padres ficticios sin superar los 40 años y con hijos en edad universitaria. Qué cosas, qué curioso, qué gerontofobia, qué negocio.
A Meg Ryan cuando cumplió los 40 no la dejaron ser una mujer de 40, porque querían que fuera la misma veinteañera, con suerte treintañera, de los últimos 10 o 15 años. La castigaron, por supuesto. Ella, por presión social probablemente, puede que pasara por una consulta, y también lo hicieron por ello. 20 años más tarde siguen sin haberla perdonado. Pues al final no hemos cambiado tanto.