Hubo una época lejana en la que Disney no anunciaba todos sus proyectos con lustros de antelación. Simplemente, un día llegabas al cine y un tráiler te sorprendía con lo que estaba a punto de llegar en seis meses. Es, por ejemplo, lo que pasó con Aladdin, una película cuya producción empezó, en realidad, cuatro años antes de su estreno, y que siempre tuvo una idea fija como única constante: Robin Williams, la persona más graciosa del universo, tenía que ser, sí o sí, el Genio.
Una noche oscura en el bazar
No fue tan fácil, claro. Cuando John Musker y Ron Clements le pidieron que hiciera el papel, indicándole que lo habían escrito solo para él, Williams prefirió quedarse al margen. Pero entonces los directores hicieron algo que ni él podía esperar: una animación del Genio interpretando uno de los monólogos del cómico. Se rió tantísimo que se acabó firmando, dando luz a la genialidad que todos conocemos ahora (y que en España escuchamos de la boca de un muy decente Josema Yuste).
Para agradecerle lo que había hecho por la cinta, los directores decidieron homenajearle de la única manera que podían: vistiéndole, al final de la película, igual que en el ahora desconocidísimo corto Back to Neverland: con una camisa hawaiana y una gorra de Goofy. El corto en cuestión se hizo en 1989 y trataba de una visita a los estudios por parte de un turista que quiere vivir la experiencia de aparecer en Peter Pan.
En su día, el corto se proyectaba en el parque de MGM en Orlando, Florida, y no son pocos los que recuerdan morirse de la risa viéndolo. No es para menos: está muy bien escrito y Williams lo da todo. Curiosamente, el actor acabaría siendo Peter Pan en 1991 de la mano de Steven Spielberg en Hook. ¿No es precioso cuando todo encaja?