Espontánea. Divertida. Excéntrica. Brusca. Borde. Exagerada. Natural. Normal. Todos estos adjetivos son palabras que los medios utilizan para definir a la actriz Jennifer Lawrence, que la semana pasada pasó por Madrid, visita a El Hormiguero incluida, para presentar su última película, la comedia Sin malos rollos.
La intérprete, que hace poco comentó las humillaciones por las que pasó cuando empezó en el "show business", comenzó a trabajar en la industria con 14 años, consiguió su primera nominación al Oscar con 19 y lo ganó con 22. La saga de Los juegos del hambre la terminó de catapultar a la fama mundial y sin embargo no termina de encajar con todos, algo que no quiere decir que esa sea la finalidad de la actriz o que deba serlo de cualquiera de nosotras.
Es amiga de Amy Schumer, Adele y Emma Stone y entre sus momentos más míticos está su caída al subir las escaleras del teatro Dolby cuando subió a recoger su premio, así como sus mordaces comentarios en entrevistas o sus escenas en los mismos premios con una copa en mano y saltando de fila de asientos en fila de asientos o comiendo pizza junto a Bradley Cooper, su compañero de reparto en El lado bueno de las cosas, la película que le valió el galardón de la academia hollywoodiense.
La intérprete se crio en Kentucky, uno de los feudos republicanos, y valedores de Trump, en Estados Unidos, lugar donde siguen viviendo los padres de Lawrence, que sufren por los comentarios políticos y compromisos de su hija, fiel defensora de los derechos de la mujer, como cualquier persona que viva en sociedad debería ser.
Jennifer Lawrence se ha mostrado en contra de la brecha salarial, algo que sufrió ella misma junto a Amy Adams por su trabajo en La gran estafa americana. Igualmente, se ha solidarizado con las víctimas del productor Harvey Weinstein, caso en el que se vio envuelta después de que una demandante anónima declarase en su denuncia que este, para incitarla a tener relaciones sexuales, le dijo que se acostó con ella y que por eso tenía un Oscar en su haber. Esto sucedió en 2018, un año después de que se desatara el escándalo y casualmente coincidió con un respiro en la carrera de la actriz.
Además, también la azotaron en Twitter tras la presentación de Gorrión rojo, uno de los films más duros que ha rodado la actriz según sus propias palabras, por la ropa que llevó en la presentación londinense de la producción. El evento fue en una azotea y a diferencia de sus compañeros, que iban todos con ropa de abrigo, ella decidió vestir un diseño de Versace inspirado en el mítico que llevó Liz Hurley en los 90, una propuesta hipersexy y en consonancia con toda la estética de la película. Sin embargo, la gente decidió ponerla a parir precisamente por ello y por la supuesta incompatibilidad entre su forma de pensar y el vestir de cierta forma. Hay días tontos y todos todos los días.
La actriz además se presenta estricta en cuanto al trato con sus fanes, ya que no se hace fotos ni firma autógrafos a menos que se encuentre trabajando, es decir, si coincides con ella en una cafetería, olvídate de pedirle un "selfie". Muy respetable por otra parte, cada cual gestiona la fama como considera. No obstante, de acuerdo a algunos medios desde hace unos años su actitud con ellos también se ha vuelto más fría y distante. 40 segundos de su presencia les han bastado a algunos para colgarle un sambenito de diva del que tardará infinitamente más en deshacerse, le pertenezca o no. A fin de cuentas, ¿quién quiere gustar a todos?