Lo que son las cosas: Gremlins, que puede ser la cosa más ochentera que jamás ha visto nadie, tiene su origen sesenta años antes, cuando los pilotos de las fuerzas aéreas del Reino Unido bromeaban con que los fallos en el sistema estaban causados por pequeños monstruos llamados así. De hecho, uno de esos pilotos, Roald Dahl, acabó escribiendo un libro con ese título y, de ahí, a la cultura popular. Sin embargo, Gremlins se alejaba de Dahl: no pretendía ser precisamente amable, divertida y para niños.
Qué pasa, monstruo
Y es que el guion inicial de Chris Columbus era mucho, muchísimo más oscuro: había descabezamientos, más muertes, más sangre, un perro que servía de cena para los monstruos, una escena en la que se comían a los clientes de un McDonald's... Bueno, os lo podéis imaginar. Steven Spielberg y Joe Dante se reunieron para bajar el tono y hacerla más familiar, pero no pudieron evitar que quedaran al menos retazos del libreto original. Y para prueba, una escena.
¿Habéis visto a ese Gremlin aún moribundo con el cuchillo clavado en el corazón? Fijaos a la derecha del mostrador: ahí está, demostrando que esta película no era tan para niños como nos la quisieron vender. Al menos cambiaron la parte del guion donde Gizmo se convertía en Stripe: Spielberg creyó, con razón, que el Gremlin bueno era demasiado mono y el público le querría durante todas las escenas.
En su primer fin de semana, Gremlins ya recaudó de vuelta todo lo que costó y aseguró una segunda parte mucho más anárquica, casi una parodia de su película madre, que recaudó menos y paró la franquicia, a pesar de que últimamente haya rumores del retorno de Gizmo y los suyos. ¿Se viene, 35 años después, Gremlins 3? Por favor y gracias.