Años 70. George Lucas, que acaba de ser rechazado por el ejército por culpa de sus multas por exceso de velocidad, está entregado a Hollywood. Consigue trabajo (becado) como parte del equipo de animación en lo último de Francis Ford Coppola, El valle del arco iris, y hasta es un cámara en el documental de los Rolling Stones Gimme Shelter. Y todo ello lo hace acompañado de su perro, un malamute de Alaska llamado... Indiana.
Indiana Lucas y el último hueso
Años después, un George Lucas ya más que asentado volvió a confiar en su colega Steven Spielberg para rodar la última entrega (aparente, como ahora sabemos) del héroe arqueólogo interpretado por Harrison Ford: Indiana Jones y la última cruzada se convierte, en 1989, en una de las mejores películas de aventura de la historia, en la que el equipo lo dio todo. Presentó al padre de Indy, su nombre real y hasta un guiño que solo los más fans pudieron pillar.
Tras el prólogo, a los diez minutos y diez segundos, aparece un perro en pantalla que no solo se llama Indiana, sino que también es un malamute de Alaska. Un guiño al animal que lo empezó todo y sin el que nunca hubiéramos tenido el sombrero, el látigo y el nacimiento de un héroe que, en un principio, solo era la manera en la que George Lucas se resarció por no poder adaptar Flash Gordon.
No es el único guiño que Lucas le hizo a su querido perro. Y es que, por lo visto, le encantaba ir en el asiento delantero junto a él. Tanto, que cuando llegó la hora de darle un compañero a Han Solo en La Guerra de las Galaxias vino a su mente, de manera inevitavle, un bicho tan peludo como adorable. Como diría Homer Simpson, "condenado y adorable chucho".