Al comienzo de Oppenheimer leemos que Prometeo le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. En la mitología griega, Prometeo es considerado el titán protector de la civilización humana y creo que no nos equivocamos al decir que Christopher Nolan es un poco el titán protector de las salas de cine.
Nolan fue el que se atrevió a estrenar Tenet en agosto de 2020, cuando ningún estudio quería ser el primero en darse el batacazo postpandemia. No se convirtió en la más taquillera del año -aunque sus 365 millones no están nada mal-, pero dejó claras sus intenciones: los cineastas tienen la misión de salvar los cines físicos. Luego lo subrayó cuando se cambió de Warner Bros. -su estudio de toda la vida- a Universal Pictures porque los de Warner habían osado a estrenar sus películas en ‘streaming’ tan solo 45 días después. Para Nolan es inaceptable que sus películas no tengan un paso por cines digno y lo suficientemente largo como para disfrutar de la experiencia más pura.
Y todo esto es necesario contarlo porque Oppenheimer es un espectáculo cinematográfico puro y duro. Es, en resumidas cuentas, para lo que se inventó la pantalla grande.
El silencio sepulcral de una bomba atómica
Oppenheimer alberga imágenes espectaculares, pero eso no es nada nuevo en el cine de Nolan. También muestra una maestría con el sonido que, en realidad, tampoco es novedosa en la filmografía del cineasta. Ya lo demostró con Dunkerque (2018) o Tenet (2020), pero aquí hablamos de palabras mayores. Es una película sobre la bomba atómica en la que los momentos de máxima tensión llegan, precisamente cuando hay un silencio sepulcral en la sala.
Nolan es un defensor a ultranza del cine más puro y sabe que cualquier mínimo detalle cuenta para que la experiencia cinematográfica sea total. Que lo único que se escuche sea a los actores tragando saliva o mojándose los labios rompe con la tónica adrenalítica de la cinta, pero, lejos de minimizar el suspense, lo eleva exponencialmente. Un trabajo de artesanía fílmica.
Del mismo modo, esta pasión por hacer cine de Nolan supone que solo recurre a los efectos visuales digitales en caso de que sea absolutamente necesario y resulta que una bomba atómica no lo es. Para recrear uno de los momentos de máxima tensión de la película se ha servido de trucos tradicionales. Sin CGI y sin explosión real consigue dotar de autenticidad total a una secuencia donde otros, posiblemente, abusarían de las herramientas por ordenador.
A veces hablamos de Nolan como uno de los cineastas más quisquillosos y, quizás, soberbios del Hollywood actual, pero el nivel de detalle con el que mima sus producciones hace que merezca la pena cualquier tipo de exceso en su delicadeza.
El viaje al interior del hombre que mató a 200.000 personas
Con Oppenheimer, Nolan se aleja de todo lo que ha hecho hasta ahora. Sería fácil compararla con Dunkerque, pues es una de las pocas basada en hechos reales en su carrera, pero no tiene nada que ver con ella. Su nueva película es un viaje directo a la psique de Oppenheimer, el hombre que inventó el artefacto que mató a 200.000 personas.
El único modo posible de contar esta historia es aferrándose a la ciencia y estrategia militar. Nolan se mantiene en la objetividad -al menos, la que es posible tratándose de un relato tan íntimo- para repasar todos los hechos que llevaron a la creación de la bomba atómica. Muchos personajes, mucho tecnicismo pero contado desde la simplicidad para que a ningún espectador se le pase: lo que crearon es una aberración que puede acabar con nuestro mundo.
Cualquier cineasta correría el peligro de pecar de frívolo al tirar de espectacularidad para tratar un suceso tan trágico como el del ataque a Hiroshima y Nagasaki, pero Nolan ha preferido desmarcarse de la catástrofe para intentar entender al hombre que estuvo detrás de ello. Una decisión muy inteligente que hace que Oppenheimer no sea una película histórica sobre el bombardeo, sino una reflexión antibélica muy clara.
En eso ayuda mucho Cillian Murphy, que consigue por fin un papel protagonista en el cine de Nolan. La entereza del actor y su entrega a las preocupaciones que se le pasaban por la cabeza al científico está pidiendo a gritos una nominación al Oscar. Casi se da por seguro su presencia en los premios de la Academia, junto a la de Robert Downey Jr. -en uno de los papeles de su carrera- y Emily Blunt. Un reparto de lujo que sirve como impulso para una de las películas más íntimas de Nolan.
Oppenheimer es una lección antbélica convertida también en una masterclass de cine.