Por mucho que ahora se quiera reescribir la historia y hacer creer que las precuelas de Star Wars le gustaron a todo el mundo, lo cierto es que hasta el Episodio III la gente no se lo empezó a tomar en serio. Con los años, la nostalgia y el poco aprecio por la trilogía de secuelas hizo que se levantara el ánimo hacia La Venganza de los Sith, cuando ya el daño a personas como Ahmed Best o Jake Lloyd ya estaba más que hecho por el fandom.
A recoger chatarra
Sin embargo, pese a las críticas, cada episodio de Star Wars se vivía como una auténtica celebración. De hecho, el Episodio III demostró que la saga galáctica seguía dando beneficios recaudando ocho veces lo que costó. Y eso que después de revisar cada fotograma, de un montaje exhaustivo y de miles de personas trabajando en ella nadie se dio cuenta de un gazapo muy claro.
Obi-Wan Kenobi llega a Utapau y es rodeado por un puñado de drones de combate dispuestos a cortarle la cabeza. No pintan bien las cosas para el jedi hasta que con un movimiento de mano tira un pedazo del techo Aplasta a unos cuantos bichos mecánicos y se da la vuelta para enfrentarse a Grievous, uno de los droides más maravillosos de la historia de La guerra de las galaxias, con cuatro brazos que blanden sendos sables láser.
Pero en el momento que la cámara le enfoca... ¡Obi-Wan ya no tiene nada detrás! Ni trozo del techo, ni droides destruidos, ni nada que le impida caminar de aquí para allá. Lo de tirar el techo, ¿quedaba bien narrativamente? Sin duda. ¿Tendrían que haber tenido más cuidado? Desde luego. Si es que la Fuerza, sin control, no sirve de nada...