Lo recuerdo vívidamente. Como buen fan de Adèle Haenel y de la directora Céline Sciamma, no podía perderme su último trabajo juntas, Retrato de una mujer en llamas. Pude disfrutar de ella en su día en cine, antes de que la pandemia nos golpeara como un mazazo. Pasé por ella con la certeza de que nos hallábamos ante una joya absolutamente imprescindible, no ya de aquel año, sino de todo lo que llevábamos de siglo. Una historia de amor que solo entendía de una pasión arrebatadora y no de épocas o géneros. Un cuento triste y demoledor, ardiente como las llamas que adornan su título.
Un amor de los que duelen
En Retrato de una mujer en llamas nos vamos al siglo XVIII en Francia. Marianne (Noémie Merlant), una pintora reputada, recibe un encargo de lo más habitual, sobre todo en tiempos en los que las cámaras fotográficas aún quedaban lejos: realizar un retrato de la hija de una condesa, Héloise (Adèle Haenel), una joven que está a punto de casarse, pero que no lo tiene nada claro.
Se trata de una empresa peculiar: Marianne debe retratar a Héloise sin que ella lo sepa. Debe estudiarla a fondo, no ya su fisonomía, sus movimientos, sus gestos y ademanes. Tiene que convertirse en ella, para que el retrato traspase el cuadro, para convertir la pintura en carne. No es de extrañar que, claro, acabe enamorándose de ella hasta las trancas.
Retrato de una mujer en llamas está disponible para todos, de manera gratuita, en la aplicación de RTVE. Si aún no la has visto, solo la excusa de la pereza vale en este caso. Esta película es una obra maestra que roza la perfección. Todo en ella parece dispuesto para que todos den lo mejor de sí mismos: sus interpretaciones, su dirección artística, su dirección y montaje…
Sin embargo, lo que realmente trasciende de ella es que, al igual que el cuadro que Marianne acaba pergeñando, Retrato de una mujer en llamas es algo más que, simplemente, una película. No, algo no, es MUCHO más. Es uno de esos títulos, además, que acaban forjando criterios, como El árbol de la vida de Terrence Malick, Holy Motors de Leos Carax o Under the Skin de Jonathan Glazer: si a alguien no le gusta, no te fíes de él. A Carlos Boyero no le gustó demasiado. Por algo será.