No sé si soy el único que disfrutaba mucho con el inicio de Harry Potter, cuando todo eran aventurillas mágicas en un colegio divertido con profesores malvados, otros buenísimos y un alumno que descubría por fin lo que era la amistad. Para cuando llegamos a Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (parte 1), entre destruir los horrocruxes y luchar contra el ejército de Voldemort en Hogwarts la cosa se hizo un poco bola... y parece que a JK Rowling también.
La espada que no debe ser cogida
Vamos a retrotraernos hasta Harry Potter y la Cámara de los Secretos, en la que Harry Potter puede luchar contra el basilisco gracias a la aparición sorpresa de la espada mítica de Godric Gryffindor en el interior del Sombrero Seleccionador. Al llenarla de veneno de serpiente, nuestro héroe se da cuenta de que ya tiene un arma perfecta para acabar con todos los horrocruxes. Claro. Pero.
En la anteúltima película de la saga descubrimos que Dumbledore ha escondido la espada gracias a la ayuda de Snape. Harry la recupera en el fondo de un lago helado, la blande y sigue con su cantar de gesta. Salvo que... No debería ser así, ¿verdad? Como todos sabemos, el propio Harry Potter era el último de los horrocruxes, así que tocar el arma que acabaría con todos ellos tendría que matarle, o, al menos, hacerle poner otra pose que no fuera la triunfante.
Seguramente JK Rowling ha pensado en una razón para que esto ocurra, y en la serie que prepara HBO veremos cómo Harry utiliza guantes, un atrapo o lo que haga falta con tal de que la historia siga funcionando. ¿Podemos lanzar un encantamiento desmemorizante a nuestra cabeza para empezar de cero (y, ya puestos, no recordar la transfobia de su creadora)?