En 1997, Andrew Stanton, guionista habitual de Pixar que ya había hecho sus pinitos como co-director en Bichos, no paraba de darle vueltas a un pensamiento que tenía cuando era pequeño, estaba en el dentista y veía una pecera repleta de peces, pensando que los pobrecitos querrían marcharse a su casa de nuevo. Siendo su casa el océano, claro. Seis años después estrenaría Buscando a Nemo y cerraría un ciclo, aunque probablemente su dentista no se diera cuenta del homenaje.
¿Dónde está Wal... Nemo?
En su momento, Buscando a Nemo se convirtió en la película de Pixar más taquillera de la historia, y aún tardaría siete años en ser superada por Toy Story 3... y trece años después por su propia secuela, Buscando a Dory. La película fue un fenómeno mundial divertido, emocionante y único, con unos personajes cautivadores... y que no puede evitar tener un gazapo único que nos retrotrae a la época del dentista de Stanton.
Cuando Nemo acaba encerrado en un acuario, los peces urden un plan para salir de allí en bolsitas de plástico, y Nigel, el pelícano, sabe perfectamente dónde están. Tiempo después, Nigel recoge a Nemo en su boca y se lo lleva para ayudarle a sobrevivir. He aquí el problema: la pecera no tiene tapa. Entonces... ¿Qué le impedía coger a Nemo y marcharse de allí sin tener que montar un plan? ¡Alguien en Pixar tuvo que darse cuenta del agujero de guion obvio!
Con o sin fallitos, hubo algo en Buscando a Nemo que enamoró (¿e-Nemo-ró?) a todo el mundo: fue una de las pocas películas de animación modernas que empezó a plantearse desde los storyboards con un guion completo en lugar de ir adivinando a lo largo del proceso cómo iría fluctuando. Los animadores, para entender lo que estaban tratando, tomaron clases de buceo para ver corales y cómo se comportaban los animales. ¿Francamente? No me extraña que quisieran hacer Buscando a Dory un tiempo después. ¿Quién le dice que no a un día en el mar viendo bichillos?