Anna Castillo recogió su primer Goya en 2017, con 24 años, por su trabajo en El olivo. Este fue el primer momento en que la gente se dio cuenta de que esta joven actriz recién llegada a Madrid tenía un talento especial para la actuación. Luego ya vino La llamada -la película de Los Javis que llevaba varios años arrasando como obra de teatro- y su popularidad se hizo imparable. Casi una década después, su carrera está, como se suele decir cuando uno está creciendo, en un periodo de maduración. No solo porque ella se acerca a la treintena, sino porque sus papeles son más arriesgados.
Después de participar en la genial e inclasificable El fantástico caso del Golem (2023), la actriz estrena en Netflix Nowhere, una película de supervivencia cuyo peso interpretativo recae únicamente en ella. En esta cinta dirigida por Albert Pintó (Malasaña 32), Castillo grita, sufre, lleva una prótesis de 8 kilos y nada en mar abierto. Ha sido una experiencia agotadora que ha terminado por confirmar que es una de las grandes actrices españolas del momento, por si había alguna duda.
"Había mucha parte física y de estar todo el rato en el agua con la ropa que pesaba muchísimo. Hay muchas escenas donde me tengo que estar dando golpes y cogiéndome a cuerdas y saltando y nadando... Entonces, sí tuve que entrenar para estar fuerte y sana", cuenta la actriz en una entrevista con SensaCine, "Fueron 13 semanas donde estuve sola, entonces era duro, estaba muy cansada y trabajé cómo llegar a la emoción desde lo físico, desde el agotamiento, desde la respiración".
Ser una actriz disciplinada le ha ayudado a dar el tipo en una producción de alto nivel físico. Solo con una buena filosofía de trabajo se explica que en los últimos 6 años haya participado en 11 películas y 8 series -a veces como invitada-. "Yo lo único que puedo hacer es comprometerme con mis trabajos para hacerlo lo mejor posible y que me sigan llamando", asegura cuando le preguntamos que cuál ha sido el truco para tener una carrera tan sólida tan pronto, "todo lo demás depende de cosas donde los actores no tenemos mucho poder de decisión".
Por suerte o por talento, lo cierto es que ha conseguido un alcance que va más allá del cine español. En su cuenta de Instagram va por el medio millón de seguidores y, ante tal exposición, con el paso de los años ha aprendido a relativizar, especialmente cuando no pasa por un buen momento personal. "Yo he tenido la suerte de que hasta ahora la gente me ha tratado muy bien, pero he pasado por un momento complicado en mi vida donde sí he sentido esa deshumanización de la prensa. Hablan de cosas que no saben en realidad y, según como te pille, eso puede ser complicado", señala, "lo único que me viene bien en esos momentos -o en general en la vida- es relativizar. Sé que nada es tan importante, sé que la gente puede hablar de ti durante dos días y que luego se olvida porque en realidad no les importas nada".
Del reto físico del rodaje de Nowhere, de sus inicios con La llamada y de su disciplina de trabajo hablamos con ella en esta entrevista.
Durante la promoción, el director ha dicho que la película “huele a salitre”, que creo que encaja mucho con lo que es, ¿fue un rodaje físico y duro?
Tuvimos que preparar muchas cosas. Yo creo que en todos los departamentos de esta película tenían que hacer mil cambios, porque todo el rato había que mojar, secar, mojar, secar para foto, cámara… Un millón de cosas. Por mi parte, la productora se quedaba más tranquila si me sacaba el curso de buceo, entonces me lo saqué. Me saqué también un curso de apnea. A nivel físico tuve que coger peso al principio para luego perderlo durante la película. Tuve que entrenar también. No por nada, porque el personaje no necesitaba estar fuerte, pero tenía que llevar una prótesis de ocho kilos casi todos los días. Sobre todo al principio, hasta que doy a luz. Entonces había mucha parte física y de estar todo el rato en el agua con la ropa que pesaba muchísimo. Hay muchas escenas donde me tengo que estar dando golpes y cogiéndome a cuerdas y saltando y nadando... Entonces, tuve que entrenar para estar fuerte y sana.
Luego está el nivel emocional. Para mí era complicado este personaje, sobre todo por estar a la altura de las emociones que siente. Son emociones muy extremas continuamente y tienen un rango emocional coherente y continuo. Me preparé con una coach, Raquel Pérez, sobre todo por si de repente yo a mí misma me la jugaba y no estaba en mi mejor momento el día que tenía que rodar. Fueron 13 semanas donde estuve sola, entonces era duro, estaba muy cansada y trabajé cómo llegar a la emoción desde lo físico, desde el agotamiento, desde la respiración.
Fueron 13 semanas donde estuve sola, entonces era duro, estaba muy cansada y trabajé cómo llegar a la emoción desde lo físico, desde el agotamiento, desde la respiración
Has comentado que te has sacado un curso de buceo, ¿habéis rodado en mar abierto?
Sí, la película se rodó en dos platós, un plató seco y uno mojado, que eran un contenedor en tierra y otro contenedor encima de una piscina. Y ese contenedor se iba hundiendo para que el nivel del agua dentro del contenedor fuera subiendo. Pero una vez el contenedor se abre es mar abierto. O sea, estoy nadando en mar abierto.
Qué reto, ¿no?
Sí, yo ya hice otra película, Mediterráneo, donde ya estuve mucho tiempo en mar abierto. Le tengo muchísimo respeto al mar, pero estoy cómoda. También hay algo de darle tanta verdad a estar en el mar. Para mí como actriz ayuda, claro.
Una escena que parece especialmente difícil de grabar es la del parto, ¿cómo lo preparaste?
La preparé con Raquel, pero, ¿sabes qué pasa? Que también depende del personaje y, sobre todo, del proyecto. No es lo mismo dar a luz en una película indie que en esta, que, de repente, el guion exigía que yo fuera cambiando de sitio por el contenedor mientras hay una tormenta increíble y el contenedor da bandazos. Esos movimientos eran reales porque el contenedor se movía de verdad, o sea, lo que requería la secuencia de esta película en concreto era bastante, con una prótesis de ocho kilos, completamente mojada y con mucha agua. También te vas como adaptando un poco a lo que a lo que te pide cada situación. Yo lo que puedo decir es que fue agotador, muy cansado.
La secuencia de esta película era bastante, con una prótesis de ocho kilos, completamente mojada y con mucha agua. Yo lo que puedo decir es que fue agotador, muy cansado.
Cuando tienes una escena que es particularmente difícil o que a lo mejor tienes un día malo, ¿tienes alguna rutina para prepararte para esos momentos?
Creo que depende de la situación y de la escena. No es lo mismo una escena emocional que una escena de ansiedad y de gritos. A mí me viene guay cansarme físicamente, como saltar o correr para llegar a un estado de agitación grande, que eso me puede ayudar. Pero, por ejemplo, en las escenas que son más emocionales, yo trabajo mucho con música o aislándome.
Siempre me ha llamado mucho la atención esa capacidad de los actores para entrar en los personajes porque no debe ser tan fácil como hacer ‘clic’
Creo también que muchas veces nos podemos sorprender de la capacidad que tenemos de reacción, sobre todo los actores que curramos con esto. De repente, cuando menos piensas las cosas mejor salen y más si son cosas muy extremas, como ponerte a gritar. De repente es como del propio susto, la propia adrenalina te puede servir muchísimo.
Hablando un poco de tu carrera en general, tú empezaste muy joven y enseguida estabas ganando el Goya. Después ya no has parado de estrenar películas, eres muy regular en eso, ¿cuál es tu disciplina de trabajo?
Eso no ha dependido de mí exclusivamente. Yo lo único que puedo hacer es comprometerme con mis trabajos para hacerlo lo mejor posible y que me sigan llamando. Eso es un poco lo que está en mis manos, todo lo demás depende de cosas donde los actores no tenemos mucho poder de decisión. También creo que he tenido la suerte de que han confiado en mí personas muy talentosas y muy distintas que han hecho que yo, hasta ahora, haya podido tener una carrera bastante equilibrada. Eso es una suerte.
El papel que te lanzó a la fama fue en La llamada, de Los Javis, primero como obra de teatro y luego como película, ¿cómo recuerdas esos primeros años?
Para mí la época de La llamada fue cuando yo me vine a vivir a Madrid. Yo tenía 19 años cuando llegué y estuve con ellos hasta los 23. Para mí fue una etapa de crecimiento personal y profesional, porque había, por una parte, la exposición del teatro, de mi trabajo, pero a nivel personal también estaba esta gente que es como mi familia. Macarena [García], Belén [Cuesta], Gemma [Galán] y Claudia [Traisac] son mi grupo de amigas, con las que estoy todo el rato y ellas salen de La llamada. Para mí fue muy importante. Me empecé a hacer mayor con ellas.
Y ahora ya estás en otro punto completamente diferente a cuando empezaste. Estás mucho más expuesta. De hecho, hace poco has tenido que hacer una aclaración sobre un tema personal. ¿No te sientes a veces un poco atosigada o un poco sobrepasada por esta atención? En esos momentos, ¿cómo buscas refugio?
Hay algo en las redes sociales que a veces te deshumaniza un poco, ¿sabes? Yo he tenido la suerte de que hasta ahora la gente me ha tratado muy bien, pero he pasado por un momento complicado en mi vida donde sí he sentido esa deshumanización de la prensa. Hablan de cosas que no saben en realidad y, según como te pille, eso puede ser complicado. Yo creo que lo único que me viene bien en esos momentos -o en general en la vida- es relativizar. Sé que nada es tan importante, sé que la gente puede hablar de ti durante dos días y que luego se olvida porque en realidad no les importas nada. Es así y no pasa nada.