A la hora de mostrar 2015 en Regreso al Futuro II, Robert Zemeckis tenía miedo de no acertar en sus predicciones. Y vaya que si no acertó... pero por poco. Sí, no tenemos monopatines voladores ni Tiburón 19 acaba de esrenarse, pero sí tenemos televisiones de pantalla plana, tecnología smart home, sistemas de chat en vídeo, videojuegos que no necesitan mandos, carteles animados con sonido y hasta escáner de huellas. Dentro de lo que cabe, Zemeckis puede estar tranquilo: descifró el futuro mejor que muchos científicos.
¿Nos volvemos gilipollas o algo así?
Regreso al Futuro II se encontró, de entrada, con un problema que parecía insalvable: como al final de la primera parte Claudia Wells (la actriz que interpretaba a la novia de Marty) se metía en el DeLorean con ellos, ahora tenía que ser una miembro del grupo en la secuela... Y la actriz no quiso volver porque tenía que cuidar de su madre, enferma de cáncer. Su lugar lo acabó ocupando Elizabeth Shue, que volvió a grabar el final de la precuela para evitar inconsistencias.
Pero es inevitable que, al final, en una película como esta se vieran las inconsistencias y los gazapos. No es que nadie pidiera que el DeLorean volara de verdad, pero los planos, que entonces no permitían borrar tan fácilmente los efectos prácticos, dejan ver hasta tres veces los mecanismos que hacen que se levante, desde un alzador hasta ruedas de aterrizaje... y, directamente, cuerdas. Eso sí que no lo tenemos en el futuro. Así cualquiera vuela.
Regreso al futuro III se rodó al mismo tiempo que esta secuela para intentar ahorrar costes: ambas se convirtieron en clásicos inmediatamente. Curiosamente, esta tercera parte, en la que viajan al Antiguo Oeste, se ambientó allí porque durante el rodaje de la primera parte Michael J. Fox dijo que, de poder elegir a dónde viajar en el tiempo, lo haría a la época de los vaqueros. Deseo conseguido. Menos mal que no dijo que querría aparecer en el año 3523 para poner más nervioso a Zemeckis con su intento de exactitud obsesiva.