Alrededor de 1910, un JRR Tolkien de 18 años empieza a crear, de la nada, las normas ortográficas de un nuevo idioma, que de primeras llamó Elfin. Con el tiempo pasó a ser Qenya hasta llegar al actual Quenya, estudiado alrededor del mundo y que incluso tiene libros para aprender a pronunciarlo y escribirlo. De hecho, "quenya" significa "lenguaje" y si queréis aprenderlo os deseo suerte: yo lo intenté en la adolescencia y tuve que dejarlo porque era tan complejo como, seamos sinceros, absolutamente inútil en el mundo actual. ¿O no?
El señor élfico
Tolkien nunca llegó a desarrollar el quenya lo necesario para tener una conversación entera, aunque hay fans que han escrito poemas e incluso tratan de comunicarse en la lengua, creando el neo-quenya, que sigue sus pasos pero tiene más palabras. Y pensarás que saber este idioma ficticio no vale de nada, pero estarías equivocado. Por ejemplo, en El señor de los anillos: la comunidad del anillo sirvió para poner la letra a una canción tan emotiva como escondida.
Ocurre durante la muerte de Boromir, donde un coro canta a sus espaldas una letra que a la mayoría de nosotros nos puede parecer un batiburrillo de sonidos y sílabas sin sentido pero que realmente es el idioma élfico diciendo "No amo la espada brillante por su filo, ni la flecha por su rapidez, ni al guerrero por su gloria. Solo amo lo que defienden". No se le ocurrió a Peter Jackson de la nada: es una frase que en los libros dice Faramir, su hermano. Puro drama en la Tierra Media.
No es el único idioma que suena en las canciones de la saga: Howard Shore se percató de que, según la escena, debía sonar un idioma humano, élfico, enano o incluso la lengua oscura. Una atención al detalle que no pasa desapercibida: la banda sonora vendió más de un millón de discos en Estados Unidos (y otro millón en Europa) y se convirtió en un hito para la eternidad.