El año pasado Carlota Pereda revolucionó el género de terror -patrio y extranjero- con una pequeña joya titulada Cerdita. La directora se centró en Sara, una adolescente de un pequeño pueblo de Extremadura que es acosada por el resto de jóvenes de su edad. Un día se cruza en el camino de un asesino en serie y ya nada volverá a ser igual para ella. Cerdita es un 'slasher' con un sabor único que llegó a ser alabado por Edgar Wright -mítico director de la Trilogía del Cornetto, entre otras películas-.
Ahora cambia por las estepas y dehesas extremeñas por el norte de España. Su nueva película, La ermita, se ambienta en un pueblo del País Vasco que cada año conmemora la memoria de una niña que murió emparedada en los tiempos de la peste negra. La pequeña Emma, que está viendo cómo su madre se consume a causa de un cáncer, quiere heredar los poderes de la médium del pueblo para poder prepararse cuando su madre ya no esté. Los 5 días que abre la ermita cada año serán su única oportunidad de conseguirlo.
"Hay algo en el imaginario del fantástico, de lo gótico, que tiene mucho que ver con el norte, con esas brumas, con las montañas verdes, con las ermitas perdidas en el bosque... Empecé a leer mucho sobre lo que tuvo que ver con la peste en la península y cómo asoló sobre todo a Navarra y a Euskadi", cuenta la realizadora madrileña en una entrevista con SensaCine, que se convirtió en una alumna aventajada del folclore vasco, "Evidentemente no soy Paul Urkijo y yo lo único que tengo es solamente afinidad y gusto. Mi director de arte, Peio Villalba, cada poco me traía un libro: 'Venga, te tienes que leer esto'. Me ponía deberes cada dos por tres".
Así ha logrado una película donde la cultura de Euskadi tiene mucho peso y donde la amenaza tiene forma de hombres pájaros, aquellos sanadores de la peste negra que cubrían sus rostros con una máscara en forma de pico. "Los de España y los del norte de la península eran un poco distintos. Tenían más de monje. Tenían esa máscara, ese pico que usaban para alejar a los enfermos y mantenerlos a una distancia. Esos eran los sanadores. Me parecía muy bueno, muy escalofriante. Al final la realidad siempre es menos cinematográfica que el cine, entonces, hemos creado nuestros propios hombres pájaro, los hemos traído a Euskadi y hemos intentado integrarlos dentro de la mitología", cuenta la directora.
De los hombres pájaro, lo fantástico en el País Vasco y cómo ha sido dirigir a una niña en un universo plagado de elementos aterradores hablamos con Carlota Pereda en esta entrevista.
De la Extremadura de Cerdita al País Vasco de La ermita, y tengo entendido que eres de Madrid, ¿cómo decides desarrollar una historia en un sitio que, a priori, no tiene mucho que ver contigo?
Cuando a mí llega el guión de La ermita está situado en Edimburgo. Entonces, aparte de otros cambios, a mí me apetecía traerlo hacia algo que conociera más y que sintiera más cercano. Es verdad que yo no tengo conexión con Euskadi más que la afinidad y que me gusta ir, pero hay algo en el imaginario del fantástico, de lo gótico, que tiene mucho que ver con el norte, con esas brumas, con las montañas verdes, con las ermitas perdidas en el bosque... Empecé a leer mucho sobre lo que tuvo que ver con la peste en la península y cómo asoló sobre todo a Navarra y a Euskadi, todo lo que tenía que ver con el encierro en Pamplona, con la ermita de Olite y también con el hecho de que tiene que ver con el folklore vasco y con la presencia de las fiestas populares en el norte, que me parecía muy interesante.
Justo quería preguntarte por eso, porque hay algo en el País Vasco, toda esa trama de la peste negra y la ambientación, que dispara la historia. Facilita el género fantástico, ¿no?
Sí, eso a mí siempre me pareció muy interesante, eso que pasa mucho en los pueblos, que hay una fiesta tremenda, está todo el mundo borrachísimo durante días y es porque a una monja le arrancaron las tetas y la quemaron, por ejemplo. Ese contraste me parecía muy interesante y me interesaba mucho. Evidentemente no soy Paul Urkijo y yo lo único que tengo es solamente afinidad y gusto. Entonces a mí me parecía muy interesante todo lo que tiene que ver con el folklore vasco y ha sido una oportunidad para aprender más. De hecho, mi director de arte, Peio Villalba, cada poco me traía un libro: 'Venga, te tienes que leer esto'. Me ponía deberes cada dos por tres.
Ahí están los hombres pájaro, que son unos personajes brutales y enseguida atraen la atención, ¿cómo los creasteis?
Los hombres pájaro realmente tienen que ver con los médicos de la peste. Esa iconografía la hemos creado con el departamento de arte, pero sobre todo con Alberto Valcárcel, diseñador de vestuario, y conmigo. Hemos cogido elementos que tienen que ver con la iconografía de Europa y luego los hemos hecho nuestros. Los hombres pájaro de España, y los del norte de la península, eran un poco distintos. Tenían más de monje. Sí tenían esa máscara, ese pico que usaban para alejar a los enfermos y mantenerlos a una distancia. Dentro llevaban unas mentas para no oler los cuerpos en descomposición y tenían varas para matar si se acercaba la gente demasiado. Esos eran los sanadores. Me parecía muy bueno, muy escalofriante. Al final la realidad siempre es menos cinematográfica que el cine y los sombreritos que llevaban les quitan un poco de miedo. Entonces, hemos creado nuestros propios hombres pájaro, los hemos traído a Euskadi y hemos intentado integrarlos dentro de la mitología.
Tenían esa máscara, ese pico que usaban para alejar a los enfermos y mantenerlos a una distancia. Dentro llevaban unas mentas para no oler los cuerpos en descomposición y tenían varas para matar si se acercaba la gente demasiado. Esos eran los sanadores
En el centro de la historia está Maia Zaitegi, una niña que lo hace genial y se mueve con desparpajo en este mundo sobrenatural, ¿no tenía miedo?
Bueno, los niños tienen muy poco sentido del peligro en general. El personaje de Emma no tiene mucho porque tiene un objetivo muy claro. Eso es una cosa que he visto mucho en los niños a mi alrededor, que cuando tienen un objetivo, el miedo no existe, sobre todo cuando viven en la imaginación y todo está al mismo nivel. En el caso de Maia, ella es una niña muy empática y nunca ha trabajado antes. Ensayamos mucho con ella y todo el mundo tenía que crear un ambiente seguro para ella.
Cuando le daban un poco de miedo los Hombres Pájaro o todo el resto de elementos fantásticos, lo que hacíamos es que cada personaje de fantasía que venía tenía que bailar 'Despechá', de Rosalía, con una coreografía y todo. Entonces, claro, una cosa que era de miedo se convertía en fiesta absoluta. De hecho, mi ayudante de dirección, que es muy bailona, acabó con más de un tirón en el cuello de bailar.
Luego, la otra trama que tiene, que da aún más miedo si cabe, es la de su madre enferma, algo que también tuvo que ser muy delicado de llevar.
Sí, elegimos rodarla al final para que ella fuera mejor actriz y para saberlo gestionar. Eso fue siempre lo más complicado. A ella no le hacía mucha gracia ensayar esas secuencias, pero ni siquiera las ensayábamos, solo le explicábamos de qué iba. No le hacía mucha gracia. La más complicada no fue la secuencia que todos pensamos que sería, sino la anterior, la discusión con su madre. Se tuvo que grabar frase a frase porque no era capaz. Ella, como es tan sensible, no era capaz de transitarla. No quería hacer daño a su madre. Y creo que Maia está maravillosa, pero también dice mucho de la generosidad y del talento de los compañeros actores, tanto Belén Rueda como Loreto Mauleón, como Josean Bengoetxea, como Jon Olivares, como Elena Irureta. Ellos se han centrado en que ella esté bien, en que tenga todo lo que necesite para estar bien con su personaje y en su interpretación.
Se tuvo que grabar frase a frase porque no era capaz. Ella, como es tan sensible, no era capaz de transitarla. No quería hacer daño a su madre
Tanto Cerdita como La ermita hablan de personajes que no terminan de encajar en la sociedad, ¿sientes fascinación por este tipo de personajes?
Sí, me gustan, siento una cercanía con ese tipo de gente. Me gusta la gente a la que no se le ha puesto la luz normalmente. Y no tiene por qué ser gente especial que tenga una vida especialmente trágicas. Me gustan las vidas normales, me gustan las vidas pequeñas. Me gusta la gente que tiene un dolor en su corazón.