Se ha convertido en uno de los clásicos navideños por antonomasia, pero lo cierto es que Solo en casa empezó con una idea la mar de simple de John Hughes, que se iba de vacaciones y empezó a enumerar mentalmente todo lo que no podía dejarse en casa. "Bueno, mejor que no me olvide a mis hijos", pensó. Acto seguido, escribió ocho páginas de guion con la idea poniendo como enemigos aquello que creía que daba más miedo a los niños: los ladrones. Había nacido una película que ver una y mil veces.
Gritos en el espejo
La producción de la película fue de lo más curiosa y accidentada: Hughes insistió en que podía hacerla por diez millones de dólares (que era entonces y es ahora muy, muy poco dinero), y Warner aceptó producirla siempre que no se fuera del presupuesto acordado. El director, por si acaso, contactó también con Fox para proponerles un trato: si el estudio cerraba el grifo y cancelaba el proyecto, ellos podían recuperarlo y ocuparse de lo que quedara del rodaje. Así fue: acabó costando 18 millones y, el día después de que Warner cerrara el chiringuito, Fox lo volvió a abrir. Acabó recaudando 476 millones.
No es de extrañar que, con tanto cambio, tuvieran algún gazapo que otro, incluso en una de las escenas más reconocibles de la franquicia, en que Kevin se sienta a comer macarrones con queso en la cena de Nochebuena. Sin embargo, minutos después, cuando los ladrones caen en una de sus trampas, lo que hay encima de la mesa es una de esas cenas divididas en varios compartimentos con las que los americanos veían la televisión tras calentarla en el microondas. ¿Quizá una recena del protagonista?
Al final, Solo en casa se convirtió en una franquicia con cinco secuelas (la última estrenada en Disney+ hace dos años), tres videojuegos y un anuncio en el que Macaulay Culkin volvía a su papel en 2018, lo que desencadenó toda una serie de rumores que (aún, al menos) no han cristalizado en nada. ¿Volveremos a verle solo en casa pero con barba de varios días? Quién sabe.