1977. El mundo estaba metido en un sinfín de cambios que olían a libertad, pero también a guerras y represión. Con el cambio de siglo a la vista, la música disco se hizo la reina de los Estados Unidos y el punk en Reino Unido mientras en España el cambio de régimen político empezaba a hacer crecer las libertades. Por su parte, en los Óscar triunfaba Annie Hall y en las taquillas una pequeña película de ciencia-ficción destinada a cambiarlo todo: Star wars. ¿Os suena de algo?
Hace mucho tiempo...
No hace falta que os diga lo que significó Star Wars hace 45 años: a día de hoy, todo el mundo sigue disfrutando de la saga de George Lucas, aunque haya cambiado casi del todo. Los efectos prácticos ahora son digitales y los personajes parecen, de manera identificable, mucho más actuales. O al menos eso nos parecía a todos hasta que llegó Gareth Edwards con Rogue One bajo el brazo.
Y es que Rogue One, que transcurre justo antes de Una nueva esperanza, pretendía devolver a las películas ese halo setentero, que consiguió de dos maneras. La primera, obligando a los actores a dejarse bigote y patillas para captar ese aire retro-futurista de la trilogía original. La segunda, utilizando metraje de aquella película que quedó en la sala de montaje, digitalizándolas, mejorándolas y utilizándolas en el montaje final. El resultado da una sensación de cápsula del tiempo: sabes que es una película moderna, pero parece salida tal cual de los 70. Una maravilla.
Al final, el resultado fue positivo: fue un éxito en taquilla que superó los 1000 millones de dólares, George Lucas dijo que la había disfrutado más que El despertar de la fuerza y hasta consiguió un par de nominaciones a los Óscar. Lo que nadie esperaba es que, unos años después, Disney+ estuviera pidiendo contenido a mansalva y aún tuviéramos la oportunidad de ver una precuela de la precuela: Andor. Pero eso es otra historia.