En 1978, Enzo G. Castellari rodó una película italiana que en realidad era una especie de remake no autorizado de Doce del patíbulo: en Aquel maldito tren blindado contaba la historia de un grupo de prisioneros que deben cumplir una misión allá por 1944. Pero en Estados Unidos la película salió al mercado como The Inglorious Bastards. ¿Os suena? Probablemente, porque el propio Castellari, treinta años después, participó como actor en Malditos Bastardos, la película de Quentin Tarantino que cogió prestado el nombre a pesar de no ser un remake. Solo él podía ser capaz de algo así.
La caída de la esvástica
Malditos Bastardos era el sueño no cumplido de Tarantino, que durante años estuvo modificando el guion hasta hacerlo perfecto. De hecho, fue viendo pasar sus propias películas una tras otra, desde Kill Bill hasta Death Proof, sin acabar de atreverse a dirigirla. De hecho, tenía miedo de que, por ejemplo, el general Landa fuera un papel imposible de interpretar: en un inicio confió en Leonardo DiCaprio pero fue Christoph Waltz el que logró llevarse el gato al agua y hacer una actuación ya mítica.
Y eso que estuvimos a punto de quedarnos sin algunos de los actores de este tremendo reparto. En la escena del incendio del cine, Eli Roth afirmó que casi acaban incinerados. Creían que se iba a quemar a 400 grados y acabó haciéndolo a 1200. El calor era para tanto que la esvástica, que estaba asegurada con cables de hierro porque debía mantenerse durante toda la escena, acabó cayendo porque los cables se volvieron líquidos por el calor. Tarantino decidió, con razón, dejarlo en la película final.
Curiosamente, la película no pudo promocionarse con dicha esvástica en Alemania y Austria: toda la publicidad tuvo que ser reajustada para eliminar cualquier brizna de nazismo que quedara en los carteles o los tráilers. Por suerte, en la película sí pudieron mostrarla porque la restricción no afecta a obras de arte. Definitivamente, no habría sido una película tan poderosa de otra manera.