Después de dos películas dirigidas por Chris Columbus llegaba el momento de pasar el testigo en la tercera parte de Harry Potter. porque, básicamente, el director quería pasar tiempo con sus hijos. En un principio, el elegido iba a ser Guillermo del Toro, pero su idea de Harry Potter difería mucho de las dos primeras entregas. Eso no impedía que siguiera siendo un fan de la saga. De hecho, fue la persona que convenció a Alfonso Cuarón, el director final, de que lo hiciera. Antes de firmar ni siquiera se había leído los libros y, unas semanas después, se declaró un auténtico fan.
Cuarón y la magia
La elección de Alfonso Cuarón era, cuando menos, extraña: su anterior película era una road movie muy erótica titulada Y tu mamá también y, a priori, sería uno de los últimos interesados en seguir las aventuras del joven mago. Sin embargo, funcionó. El primer día, Cuarón obligó a Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint a escribir un ensayo en primera persona escrito desde el punto de vista de sus personajes, y respondieron tal y como lo habrían hecho ellos: Watson entregó diez páginas de Hermione, Radcliffe dos de Harry... Y Grint ni siquiera se molestó en sentarse a escribirlo. ¿El motivo? "Soy Ron, Ron no lo haría". Cuarón lo dio por bueno.
El resultado fue la que probablemente es la mejor película de la saga por muchos motivos, entre los que se encuentra la introducción de personajes clave como Sirius Black o Remus Lupin. Curiosamente, la introducción de este, representada por el actor David Thewlis, no podía ser más icónica: durmiendo como un tronco en el tren a Hogwarts. Sin embargo, hay un motivo para ello: ese mismo 1 de septiembre de 1993, de madrugada, había luna llena en la vida real (es comprobable, buscadlo), por lo que Lupin se había convertido en un hombre lobo esa misma noche y estaba exhausto.
Dicho sea de paso, el guiño viene del libro, aunque no parece que JK Rowling estuviera muy interesada en el ciclo lunar. Por ejemplo, la siguiente vez en la que se transforma en un lobo y tenemos la fecha exacta, el 6 de junio de 1994, estaba en menguante. Puede que fuera casualidad, sí, pero una casualidad que merece la pena resaltar, ¿no?