Veinte años. Ese es el tiempo que Ralph Bakshi se pasó convenciendo a la gente de que El señor de los anillos era una historia que se podía contar con la animación, y que él debería ser la persona encargada de dirigirla. Pero para ello tenía que conseguir los derechos y driblar los distintos intentos de llevar el libro a la pantalla que salieron a lo largo de los años, como una versión con Los Beatles o una dirigida por Stanley Kubrick, que acabó dejándola por considerarla imposible de rodar. Al final, en 1978, consiguió estrenarla, y marcó época... pero tuvo un amargo final.
Una rotoscopia para conquistarlos a todos
Bakshi originalmente no quería hacer una película tan apresurada: su idea era producir una trilogía y una precuela para El Hobbit, respetando el diálogo y las escenas exactas de Tolkien. Sin embargo, al final no le quedó otra que claudicar. Es difícil imaginar el calvario que sufrió el director pasando por productores y productores que no entendían por qué el libro era tan importante. Incluso hubo uno que le preguntó, directamente, si El señor de los anillos iba sobre... una boda.
Al menos Bakshi pudo disfrutar del éxito de la saga de manos de Peter Jackson, con un plano que incluso le hizo un guiño personalmente copiando un plano tal cual. Es curioso, dado que el director utilizó para hacer la animación el sistema de rotoscopia, por el que se dibuja encima de imágenes ya rodadas con actores reales, así que esto era como deshacerla. Una maravilla.
Nunca se llegó a rodar la segunda parte de El señor de los anillos, pero, en su lugar, se topó con que el dúo Rankin/Bass hizo, para televisión, El retorno del rey. Eran películas que no estaban relacionadas pero claramente trataba de capitalizar en el éxito rotundo de la primera. ¿Habría sido la trilogía de Jackson distinta si la hubiera completado? Quién sabe. ¡Probablemente!