Trabajar a las órdenes de Quentin Tarantino puede ser un sueño para muchos actores, pero también puede resultar en una experiencia muy exigente si no encajas en su visión. Aunque el director no tiene mala fama y suele tratar a su reparto con respeto, hay algunas anécdotas en su carrera que sugieren que es de ideas fijas. Una de las que sufrió su carácter fue Diane Kruger, quien luchó con todas sus armas para hacerse un hueco en Malditos bastardos.
Como recordarás, la cinta transcurre en Europa durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de soldados judíos se organiza para llevar a cabo la tarea de matar a Hitler y a los más altos funcionarios del Tercer Reich alemán. Parece que el momento señalado será en París, en una sala de cine que es administrada por una víctima encubierta de la violencia nazi, Shoshanna Dreyfus.
La película fue rodada en inglés, alemán, francés e italiano, por lo que Tarantino quería actores que pudieran hablar esos idiomas de manera fluida y utilizar acentos que no fueran fingidos. Es uno de los motivos por los que quería a Christoph Waltz dentro del elenco y Diane Kruger también podría haber encajado en el perfil.
Diane Kruger nació en la tranquila comunidad de Algermissen, en Baja Sajonia, con una población de 8.000 habitantes. La actriz alemana alcanzó fama mundial con películas norteamericanas como Troya, que protagonizó junto a Brad Pitt en 2004. Cualquiera pensaría que era perfecta para dar vida a Bridget von Hammersmark, una alemana que trabaja para los británicos; sin embargo, protagonizó un filme que, por lo visto, horrorizó a Quentin Tarantino y la vetó de sus opciones.
"No quería que hiciera una audición porque vio una película en la que aparecía y no le gustó. No creyó en mí desde el principio. Literalmente, la única razón por la que se citó conmigo fue porque no quedaba nadie para audicionar", comentó la actriz en una entrevista en el podcast Reign with Josh Smith.
Tuve que pasar por todos estos momentos que definitivamente me pusieron nerviosa, pero me dije: '¡Sabes qué, que se joda! Voy a hacerlo y a demostrarle que puedo'. Y al final funcionó. [...] creo que debe haber sido una lección para él. A veces estoy segura de que también soy culpable de esto, de etiquetar apresuradamente a personas que crees que se comportarán de cierta manera y luego no lo hacen
A Kruger le salió bien la jugada y no solo ayudó a Tarantino a no etiquetar a la gente, sino que ganó en confianza y seguridad.